martes, 27 de septiembre de 2022

HOMILÍA EN EL TERCER DÍA DEL TRIDUO A SAN MIGUEL. “San Miguel, dónanos el yelmo de la salvación”

 3º DÍA TRIDUO A SAN MIGUEL. “San Miguel, dónanos el yelmo de la salvación”


Ef 6, 11-18: Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo

Sal 87,10bc-11.12-13.14-15: Llegue hasta ti mi súplica, Señor.

Lc 9,57-62: Te seguiré adondequiera que vayas.


Igual que en los días anteriores, nos quedamos expectantes con lo que San Pablo nos quiere decir con el yelmo de la salvación. Es una metáfora que también vemos en el profeta Isaías. 

Se presenta la acción de dios que pone las cosas en su sitio la acción de un dios que hace justicia y que se reviste de la justicia como de una coraza. El cristiano, por tanto, participa de la obra de la salvación de Dios. Esto en griego tomado el pie de la letra no dice “tomad” como se ha traducido muchas veces sino recibir, es decir, ponernos en la condición de quien recibe de dios la salvación.


La acción salvífica pertenece a Dios. En ese sentido la exhortación está en línea con todo el resto del fragmento, que nos muestra como el cristiano ha sido acorazado, armado y preparado, no tanto para que se ponga el fuego por sí mismo sino para que se abandone totalmente a la acción salvífica de Dios.

Por consiguiente: sometidos con plena confianza al plan divino de salvación, tal como se ha manifestado en la muerte y la resurrección de Cristo.

Lo que significa: dejarse invadir por esta salvación que nos manifiesta Cristo, dejarse llenar de él y por él.


Nos podemos preguntar ahora qué significa en la práctica aceptar plenamente la salvación manifestada en la muerte y resurrección de Jesús, intentando, por último aplicarnos a nosotros mismos esta doctrina.


En otro lugar, San Pablo pide conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento. Significa que existe un conocimiento del amor de Cristo que sobrepasa todo nuestro conocimiento. A saber: sin una íntima experimentación interior del amor de Cristo, es imposible hacernos una idea de la "anchura, largura, altura y profundidad" del mismo.


En consecuencia, San Pablo pide que también nosotros podamos estar invadidos por el amor de Cristo, que lo sintamos rebosar en nosotros y que podamos intuir que esto es todavía nada frente a lo que el amor de Cristo podría mostrarnos.

Es precisamente esto el aceptar el yelmo de la salvación, o sea, dejarse invadir, abrir las puertas y ventanas del corazón al amor de Cristo porque nos ha llenado, no ha colmado por completo desde el interior.


Ponerse el yelmo en la vida cotidiana sería también, como diría San Pablo en la carta a los Filipenses, aceptar la participación los sufrimientos para conocer el poder de la resurrección.


Participar íntimamente en los sufrimientos de Jesús es lo que la experiencia de San Pablo nos habla de la fuerza en la debilidad. Cada vez que experimentamos otra fragilidad, nuestra fatiga, nuestra insuficiencia física o, en algunas ocasiones psicológica, entramos de hecho en una participación en la divinidad de Cristo, en su misma pasión. Sin hacer cosas estrepitosa nosotros también entramos de hecho en el día día participar en la humillante debilidad del cuerpo, de la psique, de lo físico de la corporeidad que Jesús experimentó en la pasión y muerte. Hay que ser consciente de esto.


Y también participan íntimamente los sufrimientos de Jesús es la experiencia de la humillación: nuestra misma debilidad debilidad es ya humillante en sí misma, pero hay muchas otras humillaciones que forman el tejido nuestra vida diaria que se encuentra en el fundamento de lo que podríamos llamar la “humillación fundamental”: saber que todo lo recibimos, que nada es nuestro, que podemos hacer muy poco por nosotros mismos y por los demás; más aún que en realidad no podemos hacer nada frente a Dios, que todo es don suyo. Ésta es la humildad fundamental en nuestra vida. Este yelmo de la salvación nos protege también de todas formas de vanidad, de la vanagloria que nos hace perder la cabeza.


Es extremadamente importante aprovechar todo lo que nos ofrece nuestra experiencia de cada día, a fin de que le conozcamos a él en la participación de su sufrimiento. Deberíamos empezar a valorar, a no rechazar, no esconder, a no descartar la realidad de humilde participación en la pasión de Jesús, que nuestra humilde jornada nos pone por delante.


San Pablo nos habla de sentir la fuerza de la resurrección podríamos entender que esto sería dejar sitio el espíritu cobra nosotros, percibir y abrir las puertas de todo a toda la actividad de entrega voluntariosa, de servicio, de serenidad, de fe, de amor que el espíritu subsiste en nosotros es la manifestación del resucitado todo lo que nosotros vida y lleva la vida todas esas realidades constituyen la participación cotidiana en la fuerza de la resurrección.


Por tanto, se nos pide que recibamos o nos dejemos poner el yelmo de la salvación.