jueves, 29 de septiembre de 2022

HOMILÍA EN EL DÍA DE SAN MIGUEL

 Llevamos varios días meditando sobre esta lectura de la carta de San Pablo a los Efesios, y más en concreto a la simbología de los atuendos de los guerreros, que vemos que también los tiene en su imagen. Nombramos la coraza de la justicia, el escudo de la fe y el yelmo de la salvación. Pero nos faltó la cintura ceñida con la verdad, los pies con la prontitud para el evangelio de la paz y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Así tenemos una visión completa.

Veremos de una manera breve cada una de ellas:


Coraza de la justicia


Decíamos que la coraza de la justicia era una coraza para mis relaciones con Dios y con las personas. Unas relaciones justas, basadas en el respeto, en la verdad, en la coherencia, en la lealtad, en la verdad. Esta relación justa con Dios consistía en considerarnos “agraciados” de su amor, salvados gratuitamente. Es reconocer que el Señor ha tenido misericordia de nosotros y de nuestros pecados. Una relación justa con Dios es reconocer que todo lo recibimos de Él.

Esta coraza nos protegía de la tentación del desánimo, del orgullo, del engreimiento.


Escudo de la fe


Al día siguiente buscábamos embarazarnos el escudo de la fe. Este escudo nos defendía de las insidias del enemigo. Insidias que nos ponen en grave peligro con relación a nuestro amigo. Sin embargo, San Pablo, nos invita a esperar cuando se ha perdido toda esperanza. 

Ante ello la fe nos defiende de las fuerzas oscuras.

La fe es la actitud fundamental del hombre frente a Dios.

La fe es un acto libre y espontánea por el que nos adherimos personalmente a Dios en Cristo. Por tanto, la fe es, antes que nada, la entrega personal de nosotros a Dios, nuestra correspondencia a la palabra de Dios.

La fe es en una persona es consagración y entrega personal a Jesús como el Salvador, a Dios Todopoderoso.

La fe es también una mirada que penetra los acontecimientos y las situaciones, los estados, de manera que podamos descubrir la mano de DIos en todo.

Es por tanto, un escudo muy fuerte y poderoso, por más que las fuerzas del mal puedan ser intensas, porque podemos descubrir como Dios actúa de un modo grandioso en nosotros y como toda nuestra jornada es un milagro de Dios, un don suyo y gozar de esta participación que Dios nos da en su extraordinario fuerza y poder, los mismos con los que resucitó a Cristo y se manifiestan ahora en nosotros. Y esto es indestructible. 

A través del espíritu de fe, debemos hacer de esta un escudo contra las mezquindades, las trivialidades de la vida cotidiana, que tiende de continuo a hacernos ver los aspectos mezquino bajos y de poco esplendor de la vida.

A través del escudo de la fe debemos rechazar las tentaciones de restringir nuestra vida a un significado mezquino y de considerarla en su globalidad tal como Dios la va realizando cada día.

 

Yelmo de la salvación


Por último, anoche le pedíamos a San Miguel que nos coloque el yelmo de la salvación. Decíamos que no nos lo poníamos nosotros, sino que lo recibíamos de Dios.

Recibir el yelmo de la salvación era participación de la pasión de nuestro Señor Jesucristo y esto lo hacíamos en la vida cotidiana en nuestras humillaciones, cuando experimentábamos debilidad en el cuerpo, en la psique, en el espíritu. Pero también decíamos que la humillación fundamental era el reconocer saber que todo lo recibimos, que nada es nuestro, que podemos hacer muy poco por nosotros mismos y por los demás; más aún que en realidad no podemos hacer nada frente a Dios, que todo es don suyo. Ésta es la humildad fundamental en nuestra vida.

Este yelmo de la salvación nos protege también de todas formas de vanidad, de la vanagloria que nos hace perder la cabeza


Cintura ceñida con la verdad


Pero en el texto también se nos pide que nos ciñamos la cintura con la verdad. En la Biblia ceñirse la cintura es sinónimo de prontitud, prontitud a hacer algo, disponibilidad. San Pablo nos pide disponibilidad para la verdad se refiere a todo el plan de Dios. Esa es la verdad total del Universo. Es un plan de salvación, del que no debemos despistarnos, por ello, todo lo que Dios quiere es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Eso significa que cualquier pequeño punto del plan, (que podríamos ser nosotros), es una pieza de un engranaje mayor, que pretende conseguir ese fin. 

Cualquier llamada que nos haga Dios es visto solamente dentro del PLAN.


Los pies con la prontitud para el evangelio de la paz


Es evidente que esta expresión es parecida a la anterior, nos invita a estar preparados para esa misión, en este caso, el evangelio de la paz. En San Pablo, es derribar el muro de separación, el muro de la división. Nos invita a estar prontos para el evangelio de la reconciliación, a la fraternidad, al entendimiento. Esta paz y entendimiento produce alegría, la alegría interior y profunda. El mayor arma contra el mal. Esta paz nunca será equilibrio, sino también participación en la ofrenda de Jesús cuando todo se pone complicado, porque no podemos nosotros, como ya hemos visto, y sobretodo, porque nunca es obra nuestra. 


La espada del espíritu que es la Palabra de Dios


Por último, San Pablo nos invita a utilizar la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. En realidad la Palabra de Dios es nuestra mayor arma, de la cual se derivan las anteriores. Porque la Palabra de Dios contiene toda la verdad y la Palabra alimenta nuestra fe, nos ilumina para tener unas relaciones más justas entre nosotros y con Dios.

Es una espada porque es un arma afilada que permite separar, distinguir entre lo bueno y lo malo, por ello, ésta es faro, luz, esperanza de todas las demás. armas.


En definitiva, San Pablo nos anima a vestirnos con cada una de estas armas, para el combate que cada uno tiene que batallar cada día hasta el final de los tiempos. Recuerda, Dios nos ha dado una serie de armas poderosísimas, capaces de destruir el mayor enemigo que tenemos. Sobre todo porque las armas, son Él mismo regalándonos su amor, su gracia, sus dones. Tenemos sus armas, pero nosotros no somos las armas. Las armas son Dios en nuestra vida.