martes, 27 de septiembre de 2022

HOMILÍA DEL SEGUNDO DÍA DEL TRIDUO A SAN MIGUEL. “San Miguel, entréganos el escudo de la fe”

 2º DÍA TRIDUO A SAN MIGUEL. “San Miguel, entréganos el escudo de la fe”


Ef 6, 11-18: Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo

Sal 87,2-3.4-5.6.7-8: Llegue hasta ti mi súplica, Señor.

Lc 9,51-56: Tomó la decisión de ir a Jerusalén.




Anoche hablábamos de la coraza de la justicia, y hoy sobre el escudo de la fe. Ambos nos protegen, el escudo y la armadura o coraza. En concreto, nos dice San Pablo: “Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno”.

Hay varias palabras que tendremos que entender bien, el contexto y el significado que San Pablo le quiere dar. 


Empecemos por esas flechas incendiarias del maligno.

Podemos preguntar qué son esos dardos, quién es el enemigo y cuál es la actitud como que como escudo apaga esas flechas incendiarias.

Son flechas disparadas que no se lo pinchan quieren sino que están provistas de estopa encendida. Son capaces de destruir una casa, de superar un muro defensivo.


Son una serie de insidias que ponen al amigo de Dios en grave peligro; y el amigo de Dios debe proclamar a menudo su confianza en el Señor como el único que puede liberarle de estas insidias.


Se invita al amigo de Dios a proclamar su propia confianza cuando se ha perdido la esperanza.

El enemigo de Dios, ¿qué significa eso? Podemos clasificar ahí una serie de energías negativas en las cuales deriva todo ello. No se trata de personas concretas sino simplemente hay realidades en el mundo que no se explican sin algo más. San Pablo, en el texto que estamos contemplando nos dice: “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire.”


Son fuerzas potentes porque tienen una actividad, una eficacia y una determinación potente.


Son fuerzas tenebrosas que tienden a crear oscuridad, ambigüedad, como promesas vagas, esperanzas etéreas. Y Dios es claridad, la luz. Se nos pide ser hijos de la luz, no de las tinieblas.


Son fuerzas malignas que tienen una intención perversa e intención de perjudicar, hacer daño y degradar el hombre.


Tenemos que tener en cuenta que ciertas tentaciones que nos acechan no son por debilidad nuestra, sino por una atmósfera de auténtica enemistad contra el hombre, contra su dignidad, contra su integridad, que nos hace comprender que nos encontramos frente algo malvado, corrupto.

Eso lo podríamos traducir hoy al concepto de mentalidad secular.

Esta mentalidad una mentalidad reductora porque tiende a prescindir de dios y aplicarlo y a explicarlo todo sin él. 


Esta mentalidad también es una mentalidad mezquina porque solo ver el aspecto trivial de las cosas se pierde y se pierde el sentido de la dignidad del hombre, de su grandeza, de sus posibilidades reales. 

Esa mentalidad es disolvente también porque tiende a desanimar todo esfuerzo.


Ante ello la fe nos defiende de las fuerzas oscuras.

La fe es la actitud fundamental del hombre frente a Dios.


La fe es adhesión personal a Dios en Cristo.


La fe es un acto libre y espontánea por el que nos adherimos personalmente a Dios en Cristo. Por tanto, la fe es, antes que nada, la entrega personal de nosotros a Dios, nuestra correspondencia a la palabra de Dios.

La fe es en una persona es consagración y entrega personal a Jesús como el Salvador, a Dios Todopoderoso.


La fe es proclamación de la verdad revelada.


Pero la fe también es proclamación de verdades reveladas.

Debemos ponernos frente a esas verdades para alimentar con ellas nuestra alma, de modo que ensanchemos nuestro panorama y veamos el pequeño problema particular que nos interesa, que nos preocupa que nos turba en el marco del designio de Dios.


La fe es mirada.


La fe es una mirada. Es la capacidad de ver cómo todas las cosas están ordenadas al fin de la salvación. Lo siguiente es la capacidad de gustar en cada cosa de la jornada su ordenación a la gloria de Dios y a nuestra salvación.


Es lo que San Pablo en esta misma carta (Ef 1, 17) llama espíritu de revelación: “El Dios de nuestro señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os de un espíritu sabiduría y de revelación para un más profundo conocimiento de él”


Es decir es la capacidad de reconocer a Dios tal como es.

Conocer y percibir como Dios actúa de un modo grandioso en nosotros y como toda nuestra jornada es un milagro de Dios, un donsuyo y gozar de esta participación que Dios nos da en su extraordinario fuerza y poder, los mismos con los que resucitó a Cristo y se manifiestan ahora en nosotros.


A través del espíritu de fe, debemos hacer de esta un escudo contra las mezquindades, las trivialidades de la vida cotidiana, que tiende de continuo a hacernos ver los aspectos mezquino bajos y de poco esplendor de la vida.


A través del escudo de la fe debemos rechazar las tentaciones de restringir nuestra vida a un significado mezquino y de considerarla en su globalidad tal como Dios la va realizando cada día.


Pidamos pues que se nos dé como gracia está iluminación de la mente