viernes, 28 de agosto de 2020

MOMENTO EXTRAORDINARIO DE ORACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA

 MOMENTO EXTRAORDINARIO DE ORACIÓN


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EN TIEMPOS DE EPIDEMIA

PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE

FRANCISCO

Atrio de la Baslica de San Pedro
Viernes, 27 de marzo de 2020


 

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.


Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.


La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).





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miércoles, 26 de agosto de 2020

HOJA PARROQUIAL DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

 HOJA PARROQUIAL


5 y 6 de Septiembre de 2020
Domingo XXI del Tiempo Ordinario. Ciclo A.
Parroquias de Tazacorte y Ntra. Sra. de Fátima en Tijarafe

Textos tomados de la página web de los dominicos en España. Dibujos obra de Fano.


Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo


    Reunidos en el nombre del Señor. Cuando el “ir a misa” los domingos está más en crisis, Jesús nos sigue proponiendo “reunirnos en su nombre”. Es cierto que para muchos cristianos la Eucaristía se hace insufrible, no le encuentran sentido, ni les toca para nada su vida. Poco menos que es un acto gregario y rutinario, al que vamos por costumbre o por miedo, que es conducido por un sacerdote desde una distancia física y humana considerables. Así se va perdiendo esta práctica, ante la pasividad de unos y otros, por eso ¿no habrá llegado el momento de purificarla?, ¿no habrá otras formas de reunión en el nombre del Señor?


  Con el Señor no nos reunimos ni por costumbre, ni por disciplina a un precepto. Es una reunión en la que o sentimos el atractivo de Jesús o se va desfigurando y vaciando de vida; o sentimos que nos anima su Espíritu y El es la razón y el motivo del encuentro o nuestras reuniones nos llevarán a la indiferencia y motivos extraevangélicos, saliendo de ellas helados y sin calor para vivir. El número tiene que dejar de ser importante (“dos o tres” valen), para que sea más importante el alimento evangélico que recibimos para vivir como verdaderos seguidores. Además escuchamos el evangelio en comunidad, recordando y celebrando, escuchando y conmemorando la vida de Jesús que actualizamos en nosotros. Esta especie de arte es lo que nos hace más discípulos y mejores seguidores de Jesús.







LECTURAS


Primera lectura de la profecía de Ezequiel 33, 7-9


Esto dice el Señor: «A ti, hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al malvado: “Malvado, eres reo de muerte”, pero tú no hablas para advertir al malvado que cambie de conducta, él es un malvado y morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero si tú adviertes al malvado que cambie de conducta, y no lo hace, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la vida».


Salmo 94, 1-2. 6-7. 8-9 R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».


Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos. R/.


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía. R/.


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R/.


Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13, 8-10


A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás», y cualquiera de los otros mandamientos, se resume en esto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor.


Evangelio según san Mateo 18, 15-20


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.

Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.

Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

YOUCAT

CAPÍTULO SEGUNDO. Los sacramentos de curación


El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación


224 ¿Por qué nos ha dado Cristo el sacramento de la Penitencia y la Unción de los enfermos?


El amor de Cristo se muestra en que busca a quienes están perdidos y cura a los enfermos. Por eso se nos dan los SACRAMENTOS de la curación y restauración, en los que nos vemos liberados del pecado y confortados en la debilidad corporal y espiritual. [1420-1421] 


225 ¿Qué nombres hay para el sacramento de la Penitencia?


El sacramento de la Penitencia se denomina también SACRAMENTO de la reconciliación, del perdón, de la conversión y de la confesión. [1422-1424, 1486]


226 Si ya tenemos el Bautismo, que nos reconcilia con Dios, ¿porqué necesitamos entonces un sacramento específico de la Reconciliación?


Si bien el Bautismo nos arranca del poder del pecado y de la muerte y nos introduce en la nueva vida de los hijos de Dios, no nos libra de la debilidad humana y de la inclinación al pecado. Por eso necesitamos un lugar en el que podamos reconciliarnos continuamente de nuevo con Dios. Esto es la confesión. [1425-1426]


Confesarse parece no estar de moda. Quizá sea difícil y al principio cueste un gran esfuerzo. Pero es una de las mayores gracias que podamos comenzar siempre de nuevo en nuestra vida, realmente de nuevo: totalmente libres de cargas y sin las hipotecas del pasado, acogidos en el amor y equipados con una fuerza nueva. Dios es misericordioso, y no desea nada más ardientemente que el que nosotros nos acojamos a su misericordia. Quien se ha confesado abre una nueva página en blanco en el libro de su vida. 



HOJA PARROQUIAL DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

 HOJA PARROQUIAL


29 y 30 de Agosto de 2020
Domingo XXII del Tiempo Ordinario. Ciclo A.
Parroquias de Tazacorte y Ntra. Sra. de Fátima en Tijarafe

Textos tomados de la página web de los dominicos en España. Dibujos obra de Fano.


Si alguno quiere venir en pos de mí...


    Una lectura atenta y receptiva de las lecturas de este domingo nos confronta de lleno con nuestra condición cristiana de discípulos de Cristo Jesús. Sus textos nos adentran  en ese mundo interior de las pulsaciones del espíritu para reclamarnos mayor atención y diligencia. Nos alertan sobre desajustes que no encajan, sobre desvíos direccionales que requieren ser reconducidos al verdadero camino discipular del seguimiento cristiano.


  Y es que nuestros criterios y formas de pensar no se corresponden en ocasiones con la lógica de los designios de Dios, con los sorprendentes caminos del Espíritu. Unas veces inconscientemente, otras por falta de decisión y coraje, resulta más cómodo rehuir el camino ascendente de Jesús hacia Jerusalén. ¿Nos haremos merecedores, como Pedro, del duro reproche que recibió el apóstol de labios de Jesús?







LECTURAS


Primera lectura del libro de Jeremías 20, 7-9


Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;

has sido más fuerte que yo y me has podido.

He sido a diario el hazmerreír,

todo el mundo se burlaba de mí.

Cuando hablo, tengo que gritar,

proclamar violencia y destrucción.

La palabra del Señor me ha servido

de oprobio y desprecio a diario.

Pensé en olvidarme del asunto y dije:

«No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»;

pero había en mis entrañas como fuego,

algo ardiente encerrado en mis huesos.

Yo intentaba sofocarlo, y no podía.


Salmo 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9 R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.


Oh, Dios, tú eres mi Dios,

por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;

mi carne tiene ansia de ti,

como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.


¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!

Tu gracia vale más que la vida,

te alabarán mis labios. R/.


Toda mi vida te bendeciré

y alzaré las manos invocándote.

Me saciaré como de enjundia y de manteca,

y mis labios te alabarán jubilosos. R/.


Porque fuiste mi auxilio,

y a la sombra de tus alas canto con júbilo;

mi alma está unida a ti,

y tu diestra me sostiene. R/.


Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 12, 1-2


Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual.

Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.


Evangelio del día según san Mateo 16, 21-27


En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

«Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».

Entonces dijo a los discípulos:

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.

Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.

¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?

Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

YOUCAT

221 ¿Cómo me transforma la sagrada Comunión?


Cada sagrada COMUNIÓN me une más íntimamente con Cristo, me convierte en un miembro vivo del cuerpo de Cristo, renueva las gracias que he recibido en el Bautismo y la CONFIRMACIÓN y me fortalece en la lucha contra el pecado. [1391-1397, 1416]


222 ¿Puede darse la Eucaristía también a los cristianos no católicos?


La sagrada COMUNIÓN es expresión de la unidad del Cuerpo de Cristo. Pertenece a la Iglesia católica quien está bautizado en ella, comparte su fe y vive en unión con ella. Sería una contradicción que la Iglesia invitara a comulgar a personas que no comparten (aún) la fe y la vida de la Iglesia. La credibilidad del signo de la EUCARISTÍA se vería perjudicada. Cristianos ortodoxos aislados pueden solicitar la recepción de la sagrada Comunión en una celebración católica, porque comparten la fe eucarística de la Iglesia católica, aunque sus comunidades no viven aún en la comunión plena con la Iglesia católica. En el caso de los miembros de otras confesiones cristianas, se puede administrar la sagrada Comunión en casos especiales, siempre que se dé una necesidad grave y se dé la fe plena en la presencia eucarística. La celebración común de la Eucaristía/Santa Cena de cristianos católicos y evangélicos es la meta y el deseo de todos los esfuerzos ecuménicos, pero anticiparla, sin que se haya establecido la realidad del Cuerpo de Cristo en una fe y en la única Iglesia, es erróneo y por ello no está permitido. Otro tipo de celebraciones ecuménicas, en las que cristianos de diferentes confesiones rezan juntos, son buenas y son recomendadas también por la Iglesia católica.”


223 ¿De qué modo es la sagrada Eucaristía una anticipación de la vida eterna?


Jesús prometió a sus discípulos, y con ello también a nosotros, que nos sentaríamos un día a la mesa con él. Por eso cada Santa Misa es «memorial de la pasión, plenitud de la gracia, prenda de la gloria futura» (oración «0 sacrum convivium» recogida en la antífona del Magníficat en las II Vísperas de la fiesta de Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo). 


viernes, 21 de agosto de 2020

HOMILÍA VISITA A LAS NIEVES 21 DE AGOSTO DE 2020

 Todos los años peregrinamos ante la imagen de Nuestra Madre en la Advocación de las Nieves. Este año, no en su día, sino en otro día, para poder facilitar la contención del virus Covid-19.


Venimos desde el otro lado de la isla, aunque tan lejos, tantas conexiones con esta advocación. Aparte de las que tengamos cada uno de nosotros. Nuestro obispo nos recordó que el Beato Ignacio de Acevedo llevaba en sus manos una copia del cuadro que le regaló el Papa de la Virgen patrona de Roma, Salus populis, la Virgen de las Nieves. Está en la basílica de Santa María la Mayor.

En medio de esta terrible pandemia que asola toda la humanidad, que ha dejado tantos muertos, y tanta pobreza se me ocurren tres mensajes:

1.- En la primera lectura, de Ezequiel, se nos narra uno de los textos donde nos apoyamos para hablar de la resurrección de la carne. De los huesos secos y rotos, Dios es capaz de volver a recrear la vida. Por eso, en primer lugar, NO TODO ESTÁ PERDIDO. Muchas veces, Dios actúa así, cuando parece que todo está perdido, cuando no nos podemos agarrar de nada más, así deja ver su poder infinito. María madre de la ternura, o ternura de Dios nos invita a seguir mirando, pidiendo, pero sobretodo, confiando en Dios.
Dios es capaz...
Dios puede... 
Para Dios no hay nada imposible...
No desesperes, todavía no ha llegado la hora de Dios. 
«Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago». Oráculo del Señor.

Sigue confiando, sigue pidiendo. Ello te mantendrá en la esperanza, agrandará tu fe.

2.- Recordemos la imagen de Ignacio de Acevedo. Tenía una gran devoción a nuestra Madre. En muchos cuadros lo vemos con la imagen de la virgen. La tradición dice que no soltó en ningún momento. Incluso después de muerto, flotaba agarrado al cuadro, pero se lo quitaron y se hundió. Esa bella imagen nos sirva para una gran verdad de fe. NO NOS SOLTEMOS DE MARÍA, MIENTRAS NO LO HAGAMOS, NO NOS HUNDIMOS. Ella no lo dejará, no lo permitirá. Ella es nuestro apoyo, nuestro salvavidas.


3.- En el evangelio de hoy, le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento principal y primero: Amar a Dios y al prójimo como a ti mismo. En este tiempo más que nunca, ama a tu prójimo. Es el próximo, pero también el que te sale en el camino. NO ESTAMOS SOLOS. Este mundo iba camino del precipicio, y si no tuviéramos esta pandemia, nosotros mismos habríamos acabado con él. Este tiempo nos ha hecho reflexionar y darnos cuenta que necesitamos de los otros. Pero con tristeza vemos que esta “nueva normalidad” no ha traído consigo que hayamos aprendido la lección, sino siguiéramos en la “vieja normalidad”. 

Queridos hermanos, aprovechemos el testigo, Dios quiere hacer una humanidad nueva con nosotros. Renovémonos y construyamos el futuro con estas tres claves:
  • ...con una confianza más radical y profunda en Dios, porque lo necesitamos. Y no pensando en comprar, tener, aparentar, disfrutar..
  • ...de la mano de María, nuestra Madre, porque sin ella, desfalleceremos en el intento. Ella nos da la paz de su Hijo, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.
  • ...poniendo en el centro de nuestra vida, al prójimo; y no mirándonos a nosotros mismos nuestro ombligo.