martes, 30 de agosto de 2022

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL 31 DE AGOSTO DE 2022

 Lc 4,38-44: Es necesario que evangelice también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado.


En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. 

La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella.

Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.

Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando.

De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían:

«Tú eres el Hijo de Dios».

Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto.

La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos.

Pero él les dijo:

«Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado».

Y predicaba en las sinagogas de Judea.



Hoy el evangelio nos presenta un día normal de Jesús, un día intenso. Dicen que seguramente es el sábado y por eso va a la sinagoga.

Vemos como en un día normal para Jesús hay tiempo para la oración (sinagoga y presumiblemente buscando un lugar solitario), la predicación, la curación de enfermos y endemoniados y salir en busca de otros en otros lugares.


En medio de todo ello, tiene claro que su misión procede de Dios, del cual es enviado y por eso no se queda donde se encuentra a gusto. Otros también lo necesitan. Primero es la misión, el Reino. No se queda a disfrutar o vivir del éxito, éste no es su centro. 


Por ello, es tan importante que tengamos claro que somos enviados, sentirnos enviados por Dios a una misión que no me pertenece, que no controlo, sino que sirvo. Porque así tampoco nos apoderaremos de los resultados, de las personas, de las cosas; cosas que hacemos cuando se nos va metiendo casi la idea de que la misión es nuestra.

Servimos a Dios y su misión. 

Una misión muy grande, que nos excede, que nos sobrepasa, que implica toda nuestra vida, que nos envuelve. Y nos sentimos acompañados, bendecidos por Dios.