1 y 2 de Julio de 2023
“El que pierda su vida por mí, la encontrará”
Las palabras de Jesús que escuchamos en el evangelio de este domingo nos parecen duras. Es difícil ser cristiano. Por eso, antes de nada, debiéramos pedir espíritu de discernimiento. Jesús no nos habla de una alternativa (familia o Él), pues no puede negar algo bueno como es la familia, sino que quiere indicarnos que Él es el primer amor. Estamos ante el primer mandamiento: amar a Dios y lo que significa. Frente a las obligaciones familiares socialmente importantes o a las sugerencias familiares materialistas, Jesús propone una radicalidad absoluta, una armonización total entre la vida familiar y la opción de fe; propone purificar lo que en nuestras relaciones familiares o sociales no genera vida porque son contrarias al evangelio.
Jesús está hablando a misioneros, y ser testigo cristiano no es propagar doctrinas, sino tener la actitud de vida existencial del Crucificado, el estilo como perciben la realidad de la vida los crucificados del mundo. Nunca hay que olvidar que “el llevar la cruz”, por excelencia cristiana es la cruz del testimonio, el estilo de vida y situación constante que vivió Jesús aquellos momentos desde que fue condenado hasta que fue ejecutado, para nosotros es el “cada día”, todos los días.
Primera lectura del segundo libro de los Reyes 4, 8-11. 14-16a
Salmo 88, 2-3. 16-17. 18-19 R/. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 6, 3-4. 8-11
Evangelio según san Mateo 10, 37-42
3. Hacia una Iglesia sinodal misionera
Carismas, vocaciones y ministerios
66. La responsabilidad de la vida sinodal de la Iglesia no puede delegarse, sino que debe ser compartida por todos en respuesta a los dones que el Espiìritu otorga a los fieles: «un grupo de la dioìcesis de Lae expresoì lo siguiente sobre la sinodalidad en su parroquia: “En las reuniones del consejo pastoral parroquial, nos aseguramos de tener en cuenta las opiniones y sugerencias de todos los presentes, incluidas las mujeres, antes de tomar decisiones que tendraìn un impacto en la vida de todos en la parroquia”. Otra parroquia comentoì: “cuando queremos hacer algo en nuestra parroquia, nos reunimos, escuchamos las sugerencias de todos los miembros de la comunidad, decidimos juntos, y juntos llevamos a cabo las decisiones tomadas”» (CE Papuìa Nueva Guinea e Islas Salomoìn). Sin embargo, no faltan expresiones de una cierta dificultad para practicar realmente la corresponsabilidad: «como obispos reconocemos que la “teologiìa bautismal” que impulsoì el Concilio Vaticano II, base de la corresponsabilidad en la misioìn, no ha sido suficientemente desarrollada, por tanto, la mayoriìa de los bautizados no sienten una plena identificacioìn con la Iglesia y menos corresponsabilidad misionera. Ademaìs, los liderazgos en las actuales estructuras pastorales, asiì como la mentalidad de muchos presbiìteros, no favorecen dicha corresponsabilidad. Igualmente, las y los religiosos, como tambieìn los movimientos laicos de apostolado, se mantienen sutil o abiertamente al margen de la dinaìmica diocesana con mucha frecuencia. De manera que, los llamados “laicos comprometidos” en las parroquias (que son los menos), terminan siendo exigidos y sobrecargados de responsabilidades intraeclesiales que los exceden y que los agotan con el tiempo» (CE Meìxico).
67. Este deseo de corresponsabilidad se declina en primer lugar en clave de servicio a la misioìn comuìn, es decir, con el lenguaje de la ministerialidad: «la experiencia realizada [...] ha ayudado a redescubrir la corresponsabilidad que proviene de la dignidad bautismal y ha permitido la posibilidad de superar una visioìn de la Iglesia construida en torno al ministerio ordenado para avanzar hacia una Iglesia “toda ministerial”, que es comunioìn de carismas y ministerios diferentes» (CE Italia). De la consulta del Pueblo de Dios surge el tema del ministerio como central en la vida de la Iglesia y la necesidad de conciliar la unidad de la misioìn con la pluralidad de ministerios: reconocer esta necesidad y promoverla «no es un fin en siì mismo, sino una valorizacioìn al servicio de la misioìn: actores y protagonistas diferentes, iguales en dignidad, complementarios para ser signo, para hacer creiìble una Iglesia que sea sacramento del Reino» (CE Beìlgica).