miércoles, 21 de abril de 2021

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO IV DE PASCUA. CICLO B

 

 


 

 


  HOJA PARROQUIAL

24 y 25 de Abril de 2021
Domingo IV de Pascua. Ciclo B.
Parroquias de Tazacorte y Ntra. Sra. de Fátima en Tijarafe

Textos tomados de la página web de los dominicos en España. Dibujos obra de Fano.

“Yo soy el Buen Pastor”




 


   El IV domingo de Pascua es conocido como «domingo del Buen Pastor». Una jornada ésta en la que se nos invita a orar por las vocaciones. Cuando hablamos de vocación estamos hablando de entrega. Sí, de una entrega generosa y libre que aporta cada día la gran oportunidad de darse: lo vivido en comunidad, lo estudiado y aprendido, lo experimentado en la oración, lo que se ama… lo que es. La plenitud que se experimenta fruto de la vocación es cierto que es una compensación interior, espiritual si se prefiere, pero no por ello carece de valor, sino todo lo contrario. Por ello, la compensación a la que se tendría que aspirar, vocacionalmente hablando, es a la sonrisa del enfermo, el cariño del preso, las lágrimas agradecidas del anciano, la ilusión del joven, a la acogida del inmigrante, la serenidad del rechazado… esa es la mejor remuneración: el placer de aliviar el sufrimiento del otro. Porque la valoración de la entrega es muy difícil de calcular y de calibrar, pero se trata de un estado de ánimo que permite acercarnos y acariciar la plenitud de la felicidad. Ahora bien, siempre y cuando esa entrega sea «oliendo a oveja».







LECTURAS


Primera lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 8-12


En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo:

«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es la “piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».


Salmo 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29 R. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular


Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres,

mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes. R.


Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. R.


Bendito el que viene en nombre del Señor,

os bendecimos desde la casa del Señor.

Tu eres mi Dios, te doy gracias;

Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia. R.


Segunda lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 3, 1-2


Queridos hermanos:

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.

Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.


Evangelio según San Juan 10, 11-18


En aquel tiempo, dijo Jesús:

«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».




Parte 3. Cómo obtenemos la vida en Cristo


PRIMERA SECCIÓN. Para qué estamos en la tierra, qué debemos hacer y cómo nos ayuda el Espíritu Santo de Dios


CAPÍTULO TERCERO. La salvación de Dios: la ley y la gracia


335 ¿Qué importancia tiene la «Ley» de la Antigua Alianza?


En la «Ley» (la Torá) y su núcleo, los Diez Mandamientos (el DECÁLOGO), se presenta al pueblo de Israel la voluntad de Dios; el seguimiento de la Torá es para Israel el camino central para la salvación. Los cristianos saben que mediante la «ley» se conoce lo que hay que hacer. Pero saben también que la «ley» no es la que salva. Todo hombre tiene la experiencia de que uno se encuentra con lo bueno como si estuviera «prescrito». Pero no se tiene la fuerza de llevarlo a cabo, es muy difícil, uno se siente «impotente» (cf. Rom 8,3 y Rom 7,14-25). Uno ve la «ley» y se siente como entregado en poder del pecado. De este modo se hace patente, precisamente mediante la «ley», cuánto dependemos de la fuerza interior para cumplir la Ley. Por eso la «ley», por buena e importante que sea, sólo nos prepara para la fe en el Dios salvador. 


336 ¿Cómo trata Jesús la «Ley» de la Antigua Alianza?


«No creáis», dice Jesús en el sermón de la montaña, «que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5,17). La plenitud de la ley antigua es la ley evangélica, que extrae de aquella todas sus virtualidades; no añade preceptos exteriores nuevos, pero reforma la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo bueno y lo malo.


337 ¿Cómo somos salvados?


Ningún hombre se puede salvar a sí mismo. Los cristianos creen que son salvados por Dios, que para esto ha enviado al mundo a su Hijo Jesucristo. La salvación significa que somos liberados del poder del pecado por medio del Espíritu Santo y que hemos salido de la zona de la muerte a una vida sin fin, a una vida en la presencia de Dios. San Pablo declara: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Rom 3,23). El pecado no puede existir ante Dios, que es completamente justicia y bondad. Si el pecado sólo es digno de la nada, ¿qué pasa con el pecador? En su amor, Dios ha encontrado una vía que aniquila el pecado, pero que salva al pecador. Lo hace de nuevo estar en su sitio, es decir, justo. Por eso desde antiguo la redención se denomina también justificación. No nos hacemos justos por nuestras propias fuerzas. Un hombre no puede ni perdonarse el pecado ni liberarse de la muerte. Para ello debe actuar Dios en nosotros, y además por misericordia, no porque lo pudiéramos merecer. Dios nos regala en el Bautismo porque lo pudiéramos merecer. Dios nos regala en el Bautismo «la justicia de Dios por la fe en Jesucristo» (Rom 3,22). Por el Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones, somos introducidos en la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, morimos al pecado y nacemos a la vida nueva en Dios. Fe, esperanza y caridad nos vienen de parte de Dios y nos capacitan para vivir en la luz y corresponder a la voluntad de Dios. 


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