jueves, 9 de abril de 2020

HOMILÍA DEL VIERNES SANTO

“Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez”

“Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez”
Que impresionantes palabras del Papa. Detrás de mi está el crucificado. Precisamente Jesús murió con los brazos abiertos.

Brazos abiertos como para darnos un abrazo. Igual que ayer, nos dejábamos limpiar por él. Hoy vemos su compromiso una y otra vez de abrazarnos sin importarle lo sucios que estamos, el olor que desprendamos, los gérmenes que tengamos. Jesús es de los que nos abraza y nos aprieta fuertemente contra su pecho. Es de los que nos hace sentir en la carne su carne, de los que nos llega hasta lo más profundo. Los brazos De la Cruz son los brazos del que nos abraza totalmente en su amor. Brazos abiertos para todos nosotros, sin exclusión, sin discriminación, sin acepción de personas, de situaciones y de momentos. La mayoría de nosotros (si no, todos) tenemos en nuestras casas un crucificado, que siempre está así, con los brazos abiertos. Como cuando vamos a nuestra madre que éramos pequeños, a llorarle y nos abrazaba fuertemente. Él está crucificado para llevar nuestros pecados (por nuestros pecados), pero también para liberarnos de ellos. Apriétalo fuertemente. Déjate abrazar por Él.

En la postura de Jesús, de los brazos abiertos, el pecho resalta más. Muchas veces caminamos un poco encorvados, sin embargo, cuando estiramos los brazos hacia atrás, “sacamos pecho”. La cruz es la imagen del pecho de Jesús. La imagen del inmenso amor. No hay otro amor como Él. Por ello, míra la cruz, el signo del amor. Signo, permítanme, “sacramental”, porque en la cruz realiza lo que significa, es decir, que nos ama, nos está amando, nos los está mostrando y demostrando. 

En este tiempo “especial”, miremos al crucificado que nos abraza y nos ama. Siempre, siempre, siempre. Y más ahora. No hay momento, situación, en el que Jesús no nos abrace, nos ame.

Cuando decimos Pascua, podemos quedarnos solamente en la Resurreción, sin embargo, la Pascua no es solamente el término del acontecimiento Salvador, sino todo el Acontecimiento. Hablamos de Triduo Pascual, porque La Pascua es un todo. Es el paso del Señor, leemos en el Jueves Santo. El paso del Señor es en el Jueves, Viernes, Sábado y Domingo. Igual que el paso del ángel del Señor a los israelitas en Egipto, fue un paso salvador. Igual también para nosotros.

Este tiempo de pandemia, ha sido un paso del Señor, de eso no nos quepa dudas. Porque Dios SIEMPRE PASA POR NUESTRAS VIDAS, está con nosotros todos los días de nuestra vida. 

Pongamos el Misterio Pascual en el centro de la vida: “significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría”.

Este paso del Señor ha supuesto tantas cosas en nuestra vida: abrir los ojos y valorar lo importante. Sólo un crucificado puede entender a otro crucificado.

Que sintiéndonos abrazados y amados intensa e inmensamente por Dios, podamos hacer lo mismo: abrazar y amar a los crucificados del mundo. Especialmente a nuestros “próximos-prójimos”, y vivamos una vida de ofrenda a Dios por los que sufren y necesitan el consuelo de Dios. Dijo el Papa en la oración mundial: “abrazar su cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente”