Con gran emoción escuché la homilía del Papa dedicada en el día de hoy a los sacerdotes. Siento un gran consuelo que el Papa nos lleve en el corazón, que piense en nosotros, que rece por nosotros. Y yo creo que a todo el pueblo de Dios, o a los que aman a Dios les debe haber emocionado, porque como decía aquella campaña de la Conferencia Episcopal Americana en aquel video “Fishers of men”: en el momento más importante para sus vidas estás ahí, un desconocido, pero por ser sacerdote, eres parte de sus vidas, eres parte de sus familias.
“El que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados. Y así es como me presento. No tengo mucho más para darles u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, si quiero dárselo, si quiero compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre”. Con estas palabras se presentó el Papa Francisco a los internos del penal boliviano de Palmasola, durante su viaje a Latinoamérica en julio de 2015.
Me da consuelo oír estas palabras del Santo Padre, que se presente como un pecador. Que aunque, ya lo sabemos, porque todos somos pecadores, que su carta de presentación sea ésta, es un acercamiento y una humildad grande. Sé que mucha gente lo ha criticado por “desacralizar el ministerio petrino”, también hay personas que no le ha parecido bien que todos los jueves santo pida perdón. Veo que no me equivoco, que el mismo Papa también lo hace.
Y es que sería para mí un pecado grande, quererles hablar de la reconciliación del amor de Jesús, de su entrega, pareciendo que yo no padezco de ésto, y precisamente soy el más. Reconozco que este día me toca de una manera especial en el corazón, el más del Triduo. Tengo una sensibilidad especial. Tantos sentimientos alrededor de la mesa. La mesa de la reconciliación, de la amistad, del amor, de las confidencias, y también de la traición.
Y lo importante de todo es sabernos así, pecadores, perdonados (aunque este año no hayamos podido ir al sacramento de la reconciliación), tampoco yo con la asiduidad que suelo o quisiera.
Y yo creo que esto nos da más valor. Aparecer en la mesa, algo sucios, y oír las palabras de Jesús que nos quiere lavar. Sólo cuando estamos sucios, sentimos la necesidad de lavarnos. En este caso, sólo lo puede él. Bendita suciedad que llama a Jesús que nos lave. Como cuando los criados lavaban los pies y el cuerpo de sus señores. Siéntete así, con Jesús. Y mírale a los ojos: él te mira de abajo a arriba; y tú de arriba a abajo.
En la fotografía se llama a las fotos desde arriba: picado. Y da la sensación que ese objeto, persona es más pequeño. Así miramos a Jesús, más pequeño, se abajó.
Y la fotografía de abajo a arriba, se llama contrapicado: y da la sensación que ese edificio o esa persona es todavía mayor, un gigante. Y ASÍ NOS VE JESÚS.
Que impresionante. ESA ES LA MISERICORDIA DE DIOS. Gigantes porque, a pesar de nuestros pecados, está el amor de Dios, porque somos imagen de Dios, somos el objeto de sus desvelos.
Me estremecen los gestos de Jesús. Querer lavarnos a todos, incluso a Judas, ni él mismo se libró del lavatorio del amor. “Un amor tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo”
Para prepararnos para la comida. En el caso del Evangelio, la cena pascual, la fiesta de las fiestas de los judíos. También hoy en el caso nuestro. Hay una canción de ofertorio que dice: “las fuerzas se rehacen en la mesa, se olvidan los silencios sin razón, se escucha una nueva palabra, con la mirada entorno al pan, entorno a Él”. Esto es la Eucaristía, Misa, o como dice el libro de los Hechos de los apóstoles: la fracción del pan. Es verdad que en otro tiempo se insistió tanto en los requisitos para poder acercarse a la mesa y poder comulgar, hoy tenemos en cuenta que los sacramentos no son premios para los virtuosos, sino alimento para el peregrino. Por ello, las fuerzas se rehacen en la mesa. Dice también el canto “una mesa que no tenga horarios, mesas amplias, con mucho lugar. Platos llenos de gran confianza, compartiendo el calor del hogar. Que la mesa reúna ilusiones y detalles de un mismo vivir. El sabor del encuentro y la fiesta crecerá como masa de pan...En la mesa vivamos sin prisa, cada gesto de hermano y su fe. Que la mesa serene las penas, fortalezca los cuerpos y el dar. En la mesa busquemos descanso y un resquicio de un tiempo y un tú, de aquel tiempo gratuito que empuja, a llevar a los hombres la paz”
Vivamos de esa relación sanante, salvífica y liberadora. Y seamos conscientes siempre: soy, (según el título de un libro dedicado a los sacerdotes) un ladrón perdonado. Se nos ha perdonado la vida. Se nos ha dado una oportunidad, que se renueva siempre en la Eucaristía.
¿Alguien nos ha dado más?
¡Qué bobos somos cuando nos lo perdemos!