11 y 12 de Marzo de 2023
“Señor, dame esa agua: así no tendré más sed”
¿Habrá una experiencia más vital y cotidiana que la de la sed y el agua? La liturgia de hoy nos presenta la fuerza vital de la fe a través de estas imágenes; estas se enmarcan dentro de un camino de catequesis cuaresmal que busca prepararnos para renovar la alegría del Bautismo en la Pascua de resurrección.
La sed, símbolo de nuestra doble condición de carentes y deseantes, nos mueve a buscar. Esta búsqueda, sin embargo, no está exenta de escollos y contradicciones que nos tientan a bajar los brazos y a preguntarnos: ¿está o no Dios con nosotros?
Para ayudarnos a transitar este itinerario, el diálogo de Jesús y la Samaritana se presenta como el paradigma de nuestro camino de fe: en este diálogo restaurador nos vamos «diciendo» hasta encontrarnos con nosotros mismos y con Dios, es un diálogo que nos ayuda a escarbar dentro nuestro hasta descubrir el manantial de amor que es la vida del Espíritu Santo en nosotros. Solamente viviendo desde este manantial saciaremos nuestra sed y tendremos herramientas para saciar la sed de tantas personas a nuestro alrededor. ¿Nos animaremos a entrar en este diálogo restaurador?
Primera lectura del libro del Éxodo 17, 3-7
En aquellos días, el pueblo, sediento, murmuró contra Moisés, diciendo:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».
Clamó Moisés al Señor y dijo:
«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean».
Respondió el Señor a Moisés:
«Pasa al frente del pueblo y toma contigo algunos de los ancianos de Israel; empuña el bastón con el que golpeaste el Nilo y marcha. Yo estaré allí ante ti, junto a la roca de Horeb. Golpea la roca, y saldrá agua para que beba el pueblo».
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la querella de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
«¿Está el Señor entre nosotros o no?».
Salmo 94, 1-2. 6-7c. 7d-9 R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R/.
Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8
Hermanos:
Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
Evangelio según san Juan 4, 5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
«Dame de beber».
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó:
«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
La mujer le dice:
«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
Jesús le contestó:
«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La mujer le dice:
«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».
Él le dice:
«Anda, llama a tu marido y vuelve».
La mujer le contesta:
«No tengo marido».
Jesús le dice:
«Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».
La mujer le dice:
«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
Jesús le dice:
«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad».
La mujer le dice:
«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».
Jesús le dice:
«Soy yo, el que habla contigo».
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?».
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?».
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:
«Maestro, come».
Él les dijo:
«Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis».
Los discípulos comentaban entre ellos:
«¿Le habrá traído alguien de comer?».
Jesús les dice:
«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador.
Con todo, tiene razón el proverbio: uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos».
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho».
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
INTRODUCCIÓN
1. La experiencia del proceso sinodal
1.2 La dignidad bautismal común
22. Las prácticas de la sinodalidad vivida han constituido «un momento crucial y precioso para darse cuenta de cómo todos, por el bautismo, compartimos la dignidad y la vocación común de participar en la vida de la Iglesia» (CE Etiopía). Esta referencia fundacional al bautismo —en términos no abstractos, sino como una identidad realmente percibida— pone inmediatamente en primer plano el vínculo entre la forma sinodal de la Iglesia y la posibilidad de cumplir su misión: «ha crecido la conciencia de la importancia de que quienes han recibido la gracia del bautismo caminen juntos, compartiendo y discerniendo a qué les llama la voz del Espíritu. Hay una profunda toma de conciencia de que en una Iglesia sinodal caminar juntos es el camino para ser una Iglesia misionera» (CE Japón). Muchas Iglesias locales, en contextos en los que están presentes muchas confesiones cristianas, ponen de relieve la dignidad bautismal común a todos los cristianos y la misión común al servicio del Evangelio: un proceso sinodal no está completo sin el encuentro con las hermanas y hermanos de otras confesiones, sin compartir y dialogar con ellos y sin comprometerse en acciones comunes. Las síntesis expresan el deseo de un diálogo ecuménico más profundo y la necesidad de formación a este respecto.
23. Las síntesis presentan el proceso sinodal como una experiencia de novedad y frescura: «el Pueblo de Dios ha destacado el carácter excepcional de la experiencia de expresarse libremente en momentos de encuentro especialmente organizados, sin limitaciones de agenda y con un enfoque específico en seguir la inspiración del Espíritu Santo. La gente comentó que era la primera vez que se les pedía que hablaran a pesar de que llevaban décadas asistiendo a la Iglesia» (CE Pakistán). Otra imagen que aparece se refiere a una experiencia de liberación y nueva vida: la cáscara del huevo que se rompe para dejar que una nueva existencia despliegue sus alas.
24. En otros lugares, surgen expresiones que evocan más bien la idea de un distanciamiento entre los miembros de una misma familia y un retorno deseado, el fin de una pérdida colectiva de la propia identidad como Iglesia sinodal. Utilizando una imagen bíblica, se podría decir que el proceso sinodal ha marcado los primeros pasos del retorno de un exilio, cuyas consecuencias afectan a todo el Pueblo de Dios: si la Iglesia no es sinodal, nadie puede sentirse realmente en casa.