lunes, 6 de marzo de 2023

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL 7 DE MARZO DE 2023

 


Mt 23,1-12: No hacen lo que dicen.


En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:

-En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente:

alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto;

les gustan los primeros puestos en los banquetes

y los asientos de honor en las sinagogas;

que les hagan reverencias por la calle

y que la gente los llame «maestro».

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.

No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo.

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.


Cuando leemos y meditamos la Palabra, no olvidemos dos máximas: 1) El evangelio está escrito para mi y 2) es para vivirlo y cumplirlo.


Jesús ataca la incoherencia de los fariseos, y su ambición.

Como este evangelio está dirigido para mi, miro mis incoherencias. Muchas son fruto del pecado y de la debilidad. Pero las puedo corregir. Debo mirar cuales son y buscar los medios y los remedios para irme corrigiendo. Tener también una visión global de mi vida y comprobar que hay un equilibrio entre lo que creo y lo que vivo. Un equilibrio, entre mi oración y mi apostolado; entre mi oración y mi compasión.


También se ha colado en la comunidad cristiana la ambición. Ambición de poder, ambición de honor, ambición de dignidad. Y aunque las parroquias sean un ámbito muy pequeño y local, muchas veces hay rivalidades por los puestos, los protagonismos, etc. Algunas de ellas son debido a las que acaparan todo y por las que tienen envidia de éstas. Es un círculo vicioso. “No hagamos lo que ellos hacen”. Jesús nos invita justo a lo contrario: al servicio, a la humildad. Sólo ahí, desde esa perspectiva, estaremos a salvo del virus de la ambición. 


Que en el día de hoy, el Señor nos enseñe a desinstalar de mi vida la ambición y que ello lo traslade a la Iglesia. Que nuestra única ambición sea la realización del Reino de Dios. (Ese era el alimento de Jesús)






De la Verbum Domini nº 86  “El Sínodo ha vuelto a insistir más de una vez en la exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor fundamental de la vida espiritual de todo creyente, en los diferentes ministerios y estados de vida, con particular referencia a la lectio divina.” […] “ la Palabra de Dios está en la base de toda espiritualidad auténticamente cristiana.” […] “Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración”. […] “Como dice san Agustín: «Tu oración es un coloquio con Dios. Cuando lees, Dios te habla; cuando oras, hablas tú a Dios».”


De la Verbum Domini nº 87“En los documentos que han preparado y acompañado el Sínodo, se ha hablado de muchos métodos para acercarse a las Sagradas Escrituras con fruto y en la fe. Sin embargo, se ha prestado una mayor atención a la lectio divina, que es verdaderamente «capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente».” […] “se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se convierta sólo en un pretexto para no salir nunca de nuestros pensamientos. Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice el texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también comunitariamente, debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. Se llega sucesivamente al momento de la oración (oratio), que supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La oración como petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que la Palabra nos cambia. Por último, la lectio divina concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? San Pablo, en la Carta a los Romanos, dice: «No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (12,2). En efecto, la contemplación tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros «la mente de Cristo» (1 Co 2,16). La Palabra de Dios se presenta aquí como criterio de discernimiento, «es viva y eficaz, más tajante que la espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12). Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad.”