miércoles, 2 de agosto de 2023

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

   












  HOJA PARROQUIAL


5 y 6 de Agosto de 2023
Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. Ciclo A.


Parroquias de Tazacorte y Ntra. Sra. de Fátima en Tijarafe

Textos tomados de la página web de los dominicos en España. Dibujos obra de Fano.


“Este es mi Hijo amado, escuchadle”



    Allá quedó la celebración de la Pascua de la Resurrección, la intensa experiencia religiosa vivida en aquella fecha tan señalada del calendario litúrgico. Sin embargo, llevados quizá por la inercia del “Tiempo Ordinario”, nos cuesta mantener en alto la antorcha encendida aquel día, aquella esperanza alegre y contagiosa capaz de afrontar el siempre duro interrogante de la muerte.


    Mirándolo desde esta óptica, la fiesta de la Transfiguración del Señor, anticipo anunciador de su Resurrección, viene oportunamente a nuestro encuentro para insuflar un soplo de aliento ante posibles cansancios y para reforzar en su raíz las verdaderas motivaciones de nuestra esperanza cristiana. Como a Pedro, Santiago y Juan, esta celebración nos remite al destino de gloria que Dios tiene preparado para todos los que le acogen: a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm 8,30).








LECTURAS


Primera lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14


Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.

Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.

Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.

A él se le dio poder, honor y reino.

Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.

Su es un poder eterno, no cesará.

Su reino no acabará.


Salmo 96 R./ El Señor reina, Altísimo sobre toda la tierra.


El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R.

Los montes se derriten como cera ante el Señor,
ante el Señor de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.

Porque tú eres, Señor,
Altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R.


Segunda lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro. 1, 16-19


Queridos hermanos:
No nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.

Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz:
«Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido».

Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada.

Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones.


Evangelio según San Mateo 17,1-9


En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.

Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».






3. Hacia una Iglesia sinodal misionera



Carismas, vocaciones y ministerios 


    68. Numerosas síntesis se refieren a la existencia de prácticas de reconocimiento y promoción de los ministerios basadas en un encargo efectivo de tareas por parte de la comunidad: «la promoción de los ministerios laicales y la asunción de responsabilidades se realiza a través de la elección o el nombramiento de los fieles que se considera que poseen los requisitos previstos» (CE Mozambique). De este modo, cada ministerio se convierte en un elemento estructural y estructurador de la vida de la comunidad: «la asunción de responsabilidades está garantizada por el mandato recibido y por el principio de subsidiariedad. Los catequistas son instituidos y tienen un estatus especial en la Iglesia Familia de Dios. [...] Algunos de ellos son “instituidos” como líderes de la comunidad, especialmente en las zonas rurales donde la presencia de sacerdotes es escasa» (CE República Democrática del Congo). No faltan los interrogantes sobre los espacios para el posible ejercicio de la ministerialidad laical: «muchos grupos desearían una mayor participación del laicado, pero el margen de maniobra no está claro: ¿qué tareas concretas pueden realizar los laicos? ¿Cómo se articula la responsabilidad del bautizado con la del párroco? » (CE Bélgica). 


    69. En algunos contextos se subraya también la necesidad de considerar la variedad de carismas y ministerios que surgen de forma organizada en el seno de asociaciones, movimientos laicos y nuevas comunidades religiosas, con sus especificidades, pero salvaguardando la armonía dentro de cada Iglesia local. Cuando el tema de la ministerialidad entra en la vida concreta de la Iglesia, se encuentra inevitablemente con el de su institucionalización y, por tanto, con el de las estructuras a través de las cuales se desarrolla la vida de la comunidad cristiana. 


    70. En la Iglesia católica, los dones carismáticos concedidos gratuitamente por el Espíritu Santo, que ayudan a la Iglesia a “rejuvenecer”, son inseparables de los dones jerárquicos, vinculados al sacramento del orden en sus diversos grados. Un gran desafío para la sinodalidad que ha surgido durante el primer año es el de armonizar estos dones bajo la guía de los pastores, sin oponerlos, y, por lo tanto, sin oponer la dimensión carismática y la dimensión institucional. 




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