12 y 13 de Agosto de 2023
“Soy yo, no tengáis miedo”
En el evangelio de este domingo encontramos a Jesús, como tantas otras veces, orando a solas a su Padre. Ora después de haber despedido a la gente. Ora mientras sus discípulos atraviesan el mar hacia la otra orilla. Ora mientras, en su travesía, la barca de sus seguidores va siendo zarandeada por las olas. Ora mientras va ocultándose la luz y cuando ya está bien entrada “la noche”.
No sabemos el contenido de la oración de Jesús, pero es en ella y por ella que se va disponiendo siempre a lo que viene. Hoy, va al encuentro de los discípulos en medio de la noche, las olas y el viento, es decir, en medio de todo aquello que atenta contra la paz, la confianza, la estabilidad. Jesús sale al encuentro de los suyos y “camina” sobre aquellas realidades que pueden resultarnos amenazantes.
Sin embargo, no siempre estamos a tiempo para distinguir su presencia en medio de nuestras oscuridades y tenemos que hacer un ejercicio de discernimiento, de limpiar la mirada y abrir el corazón para descubrir su voz invitándonos a no tener miedo. ¡Pero esto no nos basta! Tan necesitados como somos de constatar su Presencia, sobre todo en los acontecimientos difíciles de nuestra vida, le pedimos “una prueba de que es Él”: «Señor, si eres tú mándame ir hacia ti sobre las aguas», exclamó un Pedro incrédulo.
En cualquier caso, toda invitación de Jesús lleva consigo una puesta en movimiento de nuestra parte, un ponernos en camino hacia Él para encontrarnos, descubriendo su presencia y su voz en las diversas circunstancias de nuestra vida.
Primera lectura del primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a
En aquellos días, cuando Elías llegó hasta el Horeb, el monte de Dios, se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor, que le dijo:
«Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor».
Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor.
Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva.
Salmo 84, 9ab-10. 11-12. 13-14 R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos».
La salvación está ya cerca de los que lo temen,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino. R/.
Segunda de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 9, 1-5
Hermanos:
Digo la verdad en Cristo, no miento —mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo—: siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne: ellos son israelitas y a ellos pertenecen el don de la filiación adoptiva, la gloria, las alianzas, el don de la ley, el culto y las promesas; suyos son los patriarcas y de ellos procede el Cristo, según la carne; el cual está por encima de todo, Dios bendito por los siglos. Amén.
Evangelio según san Mateo 14, 22-33
Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
3. Hacia una Iglesia sinodal misionera
3.4 La sinodalidad toma forma
71. El proceso sinodal ha puesto de manifiesto una serie de tensiones, explicitadas en los párrafos anteriores. No hay que tenerles miedo, sino articularlas en un proceso de constante discernimiento en común, para aprovecharlas como fuente de energía sin que se conviertan en elementos destructivos: sólo así será posible seguir caminando juntos, en lugar de ir cada uno por su cuenta. Por eso, la Iglesia necesita también dar una forma y un modo de proceder sinodal a sus propias instituciones y estructuras, especialmente a las de gobierno. Corresponderá al derecho canónico acompañar este proceso de renovación de las estructuras a través de los cambios necesarios en las disposiciones vigentes actualmente.
72. Sin embargo, para que las estructuras funcionen realmente de forma sinodal, deberán estar integradas por personas debidamente formadas, en términos de visión y competencias: «todo el proceso sinodal ha sido un ejercicio de participación activa a diferentes niveles. Para que continúe, es necesario un cambio de mentalidad y una renovación de las estructuras existentes» (CE India). Esta nueva visión deberá apoyarse en una espiritualidad que proporcione herramientas para afrontar los retos de la sinodalidad sin reducirlos a cuestiones técnico-organizativas, sino viviendo el caminar juntos al servicio de la misión común como una oportunidad de encuentro con el Señor y de escucha del Espíritu. Para que haya sinodalidad, es necesaria la presencia del Espíritu, y no hay Espíritu sin oración.


