25 y 26 de Marzo de 2023
“Yo soy la Resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”
Nos preparamos a celebrar la muerte de Jesús y su resurrección. En este domingo la Palabra de Dios destaca la fe como confianza. Recomendación imprescindible cuando estamos viendo tantas heridas y tantas víctimas en nuestro mundo mientras aparentemente Dios guarda silencio ¿Estamos solos en la vida? ¿nuestro destino final es la nada y el fracaso? ¿merece la pena seguir buscando más humanidad si todo termina en el sepulcro frio y mudo?
A estos y otros interrogantes parecidos responde hoy la Palabra de Dios.
En la primera lectura el sacerdote Ezequiel está sufriendo con otros judíos el destierro en Babilonia y como profeta trata de levantar el ánimo hundido los desterrados. La segunda lectura -carta de San Pablo a los romanos- recuerda que los cristianos hemos recibido el Espíritu que da vida y nos levanta de la postración mortal en que nos sumerge nuestro radical egoísmo. Finalmente la tercera lectura sugiere que la resurrección de Lázaro: es fruto del Espíritu que actúa en quienes que, a veces en silencio y a pesar de todo, siguen confiando.
Las tres lecturas traen un mensaje central: En las situaciones sombrías de nuestra existencia no estamos solos. Hay una Presencia de amor en la que existimos, nos movemos y actuamos. Cuando nos abrimos a esa Presencia y nos dejamos seducir por ella -es lo que significa la fe- somos capaces de vencer a la muerte. Y el Espíritu suscita en nosotros esa fe o confianza en que, ocurra lo que ocurra, nuestro destino es la es la vida.
Primera lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14
Esto dice el Señor Dios:
«Yo mismo abriré vuestros sepulcros,
y os sacaré de ellos, pueblo mío,
y os llevaré a la tierra de Israel.
Y cuando abra vuestros sepulcros
y os saque de ellos, pueblo mío,
comprenderéis que soy el Señor.
Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis;
os estableceré en vuestra tierra
y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago
—oráculo del Señor—».
Salmo 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8 R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.
Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-11
Hermanos:
Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:
«Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
2. A la escucha de las Escrituras
28. Ensanchar la tienda requiere acoger a otros en ella, dando cabida a su diversidad. Implica, por tanto, la disposicioìn a morir a siì mismo por amor, encontraìndose en y a traveìs de la relacioìn con Cristo y con el proìjimo: «En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). La fecundidad de la Iglesia depende de la aceptacioìn de esta muerte, que no es, sin embargo, una aniquilacioìn, sino una experiencia de vaciamiento de uno mismo para dejarse llenar por Cristo a traveìs del Espiìritu Santo y, por tanto, un proceso a traveìs del cual recibimos como un don las relaciones maìs ricas y los viìnculos maìs profundos con Dios y con los demaìs. Esta es la experiencia de la gracia y la transfiguracioìn. Por eso, el apoìstol Pablo recomienda: «Tened en vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesuìs. El cual, siendo de condicioìn divina, no retuvo aìvidamente el ser igual al Dios; al contrario, se despojoì de siì mismo» (Flp 2,5-7). Con esta condicioìn, todos y cada uno/a de los miembros de la Iglesia, seraìn capaces de cooperar con el Espiìritu Santo en el cumplimiento de la misioìn encomendada por Jesucristo a su Iglesia: es un acto lituìrgico, eucariìstico.
3. Hacia una Iglesia sinodal misionera
29. La imagen biìblica de la tienda se entrelaza con otras que aparecen en numerosas siìntesis: la de la familia y la del hogar, como lugar al que se desea pertenecer y al que se desea volver. «La Iglesia-casa no tiene puertas que se cierran, sino un periìmetro que se ensancha continuamente» (CE Italia). La dinaìmica del hogar y el exilio, de la pertenencia y la exclusioìn se percibe en las siìntesis como una tensioìn: «los que se sienten en casa en la Iglesia echan de menos a los que no se sienten en casa» (CE Irlanda). A traveìs de estas voces, percibimos «el suenÞo divino de una Iglesia global y sinodal que vive la unidad en la diversidad. Dios estaì preparando algo nuevo y debemos colaborar» (USG/UISG).
30. Las aportaciones recibidas son alentadoras, porque evitan dos de las principales tentaciones a las que se enfrenta la Iglesia ante la diversidad y las tensiones que genera. La primera es la de quedar atrapado en el conflicto: se estrechan los horizontes, se pierde el sentido de la totalidad y nos fragmentamos en sub-identidades. Es la experiencia de Babel y no la de Pentecosteìs, claramente reconocible en muchos rasgos de nuestro mundo. La segunda es la de separarse espiritualmente, desinteresaìndose de las tensiones en juego, continuando la propia senda sin implicarse con los cercanos en el camino. En cambio, «la llamada es a vivir mejor la tensioìn entre la verdad y la misericordia, como hizo Jesuìs [...]. El suenÞo es el de una Iglesia que vive maìs plenamente una paradoja cristoloìgica: proclamar con audacia la propia ensenÞanza auteìntica y, al mismo tiempo, ofrecer un testimonio de inclusioìn y aceptacioìn radicales mediante un acompanÞamiento pastoral basado en el discernimiento» (CE Inglaterra y Gales).


