miércoles, 8 de junio de 2022

HOJA PARROQUIAL. DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. CICLO C

    












  HOJA PARROQUIAL


11 y 12 de Junio de 2022
Domingo de la Santísima Trinidad. Ciclo C.
(Semana XI del Tiempo Ordinario)

Parroquias de Tazacorte y Ntra. Sra. de Fátima en Tijarafe

Textos tomados de la página web de los dominicos en España. Dibujos obra de Fano.


“Él me glorificará”




 Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, comunidad de amor y del Dios Uno. Es así como nosotros estamos invitados a vivir en el amor y también ser uno en el Dios Amor.


  El Evangelio que nos propone la liturgia en esta  solemnidad de la Santísima Trinidad, es ante todo, un Evangelio sobre el Espíritu Santo, pero precisamente al tratar de él, descubre el misterio de la Trinidad. El Espíritu no habla de sí mismo, sino que, como enviado del Padre, es su presencia insustituible. El Padre se revela y se da a conocer a través de su Hijo que todo lo que Él tiene es del Hijo.


  La Santísima Trinidad es propiamente el mismo Dios que ha entrado en comunión con nosotros. Es el Padre que se ha hecho "nuestro Padre", es el Hijo que se ha hecho nuestro hermano, es el Espíritu que se ha hecho nuestra vida. La  Trinidad es el misterio que funda nuestra convivencia. Para vivir ese misterio se requiere que todos seamos "nosotros" delante del Padre que nos convoca, que todos seamos una fraternidad en el Hijo que nos acompaña, y que todos participemos de un mismo sentir, de una misma esperanza y de un mismo amor, de una misma vida gracias al Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones.






LECTURAS

Primera lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31


Esto dice la Sabiduría de Dios:
«El Señor me creó al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remoto fui formada,
antes de que la tierra existiera.
Antes de los abismos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Aún no estaban aplomados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba,
ni los primeros terrones del orbe.
Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo;
cuando sujetaba las nubes en la altura,
y fijaba las fuentes abismales;
cuando ponía un límite al mar,
cuyas aguas no traspasan su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a él, como arquitecto,
y día tras día lo alegraba,
todo el tiempo jugaba en su presencia:
jugaba con la bola de la tierra,
y mis delicias están con los hijos de los hombres».


Salmo 8. ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!


Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado.
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él? R/.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad;
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies. R/.

Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar. R/.


Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 5, 1-5


Hermanos:
Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.


Evangelio según San Juan 16, 12-15


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».






Parte 4. Cómo debemos orar

 

PRIMERA SECCIÓN. La oración en la vida cristiana

 

CAPÍTULO TERCERO. El camino de la oración

 

505 ¿Por qué la oración es, en ocasiones, un combate?

 

Los maestros espirituales de todos los tiempos han descrito el crecimiento en la fe y en el amor a Dios como un combate, en el que se lucha a vida o muerte. El campo de batalla es el interior de la persona. El arma del cristiano es la oración. Podemos dejarnos vencer por nosotros o por nuestro egoísmo, perdernos en nimiedades o ganar como premio a Dios. Quien quiere orar tiene que dominar primero sus bajos instintos. Lo que hoy llamamos «no tener ganas», los Padres del desierto lo conocían como «acedía». La falta de ganas de Dios es un gran problema en la vida espiritual. Tampoco el espíritu de nuestro tiempo ve ningún sentido en la oración y la agenda llena no le deja ningún lugar. Asimismo toca luchar contra el tentador, que se atreve a todo para impedir que el hombre se entregue a Dios. Si Dios no quisiera que lo encontráramos en la oración, no lograríamos vencer en el combate.

 

506 ¿No es la oración una especie de monólogo?

 

Precisamente lo característico de la oración es que se pasa del yo al tú, del ensimismamiento a la apertura radical. Quien ora realmente puede experimentar que Dios habla y que frecuentemente habla de forma diferente a lo que nosotros deseamos y esperamos. Los orantes experimentados dicen que con frecuencia se sale de la oración de forma diferente a como se ha entrado. A veces se cumplen las expectativas: uno está triste y es consolado; uno está desanimado y logra una nueva fuerza. Pero también puede suceder que uno quiera olvidar las dificultades y se encuentre en una inquietud aún mayor; que uno quiera que le dejen tranquilo y reciba una misión. Un verdadero encuentro con Dios, como sucede continuamente en la oración, puede alterar nuestras ideas, tanto de Dios como de la oración.








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