5 y 6 de Marzo de 2022
“No sólo de pan vive el hombre”
Al comienzo de la Cuaresma podemos tener la tentación de preguntarnos: ¿Qué me puede aportar otra Cuaresma más? Es verdad que muchos hemos visto pasar varias Cuaresmas, y quizás tengamos la impresión de que a pesar de habernos tomado en serio este tiempo litúrgico, con frecuencia seguimos en el mismo punto.
Sin embargo, la Iglesia nos vuelve a lanzar su invitación cada año, como el entrenador que invita a sus atletas al entrenamiento. El atleta serio sabe que debe esforzarse mucho en el ejercicio, sabe que su rendimiento no va a cambiar de la noche a la mañana; y, sin embargo, no deja de entrenarse porque quiere mejorar gradualmente, quiere llegar a ser mejor, y mantiene la esperanza de llegar a la meta unas fracciones de segundo antes que el segundo. Para nosotros, cristianos, el objetivo de nuestro entrenamiento cuaresmal es llegar a ser mejores discípulos, acercarnos más al Señor, fortalecer nuestra amistad con él, vivir más intensamente nuestra condición de hijos de Dios. Y los grandes ejercicios recomendados para nuestro entrenamiento son la limosna o la caridad, la oración y el ayuno.
Durante este tiempo, dejémonos interpelar por el Señor y tomemos el camino de la Cuaresma con generosidad y confianza. Corramos el riesgo de que el Señor haga de nosotros mejores discípulos, mejores hijos de Dios.
Para no desviarnos de la ruta cuaresmal, tomemos como punto de partida las Palabras con las que Jesús venció al tentador en el desierto: Acojámonos a la Palabra de Dios, que no solo es el alimento de nuestro espíritu, sino también una espada y nuestro escudo; prefiramos a Dios antes que a los ídolos que nos esclavizan; confiemos inquebrantablemente en sus promesas, aunque de momento no veamos ni de lejos su realización definitiva.
Primera lectura del libro del Deuteronomio 26, 4–10
Salmo 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15 R. Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 10, 8-13
Evangelio según San Lucas 4, 1-13
Parte 3. Cómo obtenemos la vida en Cristo
PRIMERA SECCIÓN. Para qué estamos en la tierra, qué debemos hacer y cómo nos ayuda el Espíritu Santo de Dios
CAPÍTULO SEGUNDO. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
EL NOVENO MANDAMIENTO: No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
464 ¿Para qué sirve el pudor?
El pudor protege el ámbito íntimo de la persona: su misterio, lo más propio e íntimo, su dignidad, especialmente también su capacidad de amor y de entrega erótica. Se refiere a lo que sólo está autorizado a ver el amor. Muchos cristianos jóvenes viven en un ambiente en el que de forma natural se expone todo y se pierde de forma sistemática el sentido del pudor. Pero la falta de pudor es inhumana. Los animales no conocen el sentido del pudor. Por el contrario, en las personas es un rasgo esencial. No esconde algo que carece de valor, sino que protege algo valioso, en concreto la dignidad de la persona en su capacidad de amar. El sentido del pudor se encuentra en todas las culturas, si bien con expresiones diferentes. No tiene nada que ver con mojigatería ni con “una educación reprimida. El hombre se avergüenza también de su pecado y de otras cosas cuya publicación le humillaría. Quien hiere el natural sentido del pudor de otra persona mediante palabras, miradas, gestos o actos, lesiona su dignidad.
EL DÉCIMO MANDAMIENTO: No codiciarás los bienes ajenos.
465 ¿Qué actitud debe adoptar un cristiano ante la propiedad ajena?
Un cristiano debe aprender a distinguir los deseos razonables de los injustos e irrazonables y adquirir una actitud interior de respeto ante la propiedad ajena. De la avidez provienen la codicia, el robo, la rapiña y el fraude, la violencia y la injusticia, la envidia y el deseo ilimitado por apropiarse de los bienes ajenos.
466 ¿Qué es la envidia y cómo se puede luchar contra ella?
La envidia es disgusto y enfado ante el bienestar de otros y el deseo de apropiarse indebidamente de lo que otros tienen. Quien desea el mal de otro, peca gravemente. La envidia decrece cuando uno se esfuerza por alegrarse cada vez más de los éxitos y los dones de otros, cuando se cree en la providencia amorosa de Dios también para uno mismo y cuando se orienta el corazón hacia la verdadera riqueza. Ésta consiste en que por medio del Espíritu Santo tenemos ya parte en Dios.
