4 y 5 de Diciembre de 2021
“Una voz grita en el desierto”
El tiempo de Adviento es una introducción a todo el Año litúrgico y, en él, al conjunto de la vida cristiana ¿Cómo cumple este cometido? Estableciendo el marco temporal en el que acontece la celebración del misterio de la fe, que es en el que camina la Iglesia. Este marco es la convergencia en Jesucristo del pasado, del presente y del futuro; dimensiones que se entrecruzan en la vida creyente de manera enigmática pero real.
El Adviento, por tanto, no es solo un tiempo de preparación para la Navidad. Este es solo un aspecto. El Adviento prepara a la Iglesia y a los creyentes para que sepan vivir la fe en las condiciones históricas en las que se encuentran; es decir, que aprendan a vivir en el presente la actualidad y vigencia del ayer y que, simultáneamente, detecten la presencia del futuro definitivo en lo que acontece hoy.
En el horizonte del Adviento, la memoria se hace profecía y la profecía toma como fundamento la memoria. Estamos en la dinámica del binomio “promesa/cumplimiento”. Lo que sucedió ayer, y se ha cumplido, es la garantía de lo que sucederá. El que, tras ser anunciado, se hizo presente en la historia y en la carne (Jesucristo), es el mismo que, tal y como dijo, volverá rodeado de gloria. En esta lógica, la primera venida del Señor (Navidad), recordada y actualizada, es el raíz de la esperanza de su regreso definitivo (Parusía).
Ante esta situación histórico-salvífica planteada por el Adviento, las actitudes cristianas que se han de practicar responsablemente (y que ya no hay que dejar de lado a lo largo de todo el Año litúrgico) son dos: la conversión y la esperanza. Ambas muestran el dinamismo abierto y confiado de la vida creyente, que no cesará nunca mientras estemos en este mundo.
Primera lectura del Profeta Baruc 5, 1-9
Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Segunda lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 1, 4-6. 8-11
Evangelio según San Lucas 3, 1-6
Parte 3. Cómo obtenemos la vida en Cristo
PRIMERA SECCIÓN. Para qué estamos en la tierra, qué debemos hacer y cómo nos ayuda el Espíritu Santo de Dios
CAPÍTULO SEGUNDO. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
EL SEXTO MANDAMIENTO: No cometerás adulterio.
425 ¿Qué tiene la Iglesia en contra del «matrimonio sin papeles»?
Para los católicos no existe matrimonio sin la celebración del sacramento. En él Cristo entra en la alianza entre el varón y la mujer y concede abundancia de gracias y dones a los esposos. A veces hay personas mayores que aconsejan a los jóvenes que dejen de casarse «para siempre y de blanco». Que el matrimonio es algo así como una unión fusión de patrimonios, perspectivas y buenas intenciones, a la vez que se hacen en público promesas que no se pueden mantener. Pero un matrimonio cristiano no es una estafa, sino el mayor regalo que Dios ha pensado para dos personas que se aman. Dios mismo los une de un modo tan profundo que no lo pueden lograr los hombres. Jesucristo, quien dijo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5), está presente de forma permanente en el SACRAMENTO del Matrimonio. Él es el amor en el amor de los esposos. Es su poder el que se hace presente cuando se agotan aparentemente las fuerzas de los que se quieren. Por eso el sacramento del Matrimonio es algo muy diferente a un pedazo de papel. Es como un vehículo divino ya dispuesto al que pueden subir los esposos, un vehículo del que el esposo y la esposa saben que contiene suficiente combustible para llegar, con la ayuda de Dios, a la meta de sus deseos. Cuando, en la actualidad, muchas personas dicen que no tiene importancia tener relaciones sexuales sin compromiso antes o fuera del matrimonio, la Iglesia invita a resistir con determinación y energía a esta presión social.
EL SÉPTIMO MANDAMIENTO: No robarás.
426 ¿Qué regula el séptimo mandamiento: «No robarás» (Éx 20,15)?
El séptimo mandamiento no sólo prohíbe quitarle algo a alguien, sino que exige también la justa administración y el reparto de los bienes de la tierra, regula las cuestiones de la propiedad privada y del reparto de los rendimientos del trabajo humano. Igualmente se denuncia en este mandamiento el reparto injusto de las materias primas. En principio el séptimo mandamiento sólo prohíbe tomar para sí de modo injusto la propiedad de otro. Pero recoge también la aspiración humana de organizar el mundo de forma social y justa y de preocuparse de su correcto desarrollo. El séptimo mandamiento nos dice que estamos obligados por la fe a luchar por la protección de la Creación y la preservación de sus recursos naturales.