lunes, 12 de julio de 2021

HOMILÍA DEL PRIMER DÍA DEL TRIDUO A LA VIRGEN DEL CARMEN. 12 DE JULIO DE 2021

 SANTA MARÍA DE LOS ACOBARDADOS, RUEGA POR NOSOTROS

Desde hace años, utilizo la inspiración de los comentarios de las oraciones a la Virgen de D. Damián Iguacen Borau q.e.p.d.


Santa María, vengo ante ti con una preocupación. Jesús dice en el evangelio: “El que se avergüence de él delante de los hombres, también se avergonzará él ante su Padre”.


Hoy vemos a muchos cristianos y consagrados llenos de complejos, se avergüenzan de ser cristianos: no se atreven a decir que son creyentes, o son creyentes no practicantes, creen en Jesús pero no en la Iglesia. 


Da la impresión de estar ante gente acobardada, acomplejada.


Le pedimos a nuestra Madre, la Virgen del Carmen, Madre de los acobardados, ayuda a los pusilánimes, fortaleza a los débiles, socorre a los acomplejados. 


¿Qué nos está sucediendo?


La vida cristiana es ascesis, esfuerzo, lucha y combate. Hemos recibido la consigna de combatir “los buenos combates de la fe”. Los cobardes, miedosos y acomplejados siempre acaban perdiendo terreno. 


Le pedimos a la Madre que los cristianos no seamos un conjunto de acomplejados sino valientes, ilusionados e incondicionales seguidores de Jesús, a cara descubierta, con el fervor de los santos. 


Jesús en el evangelio de hoy: no he venido a traer paz sino espadas. Pues veamos. 


Hay un “misterio de iniquidad” que maquina contra Dios y quiere acomplejar a los creyentes. Hay una táctica sutil, hipócrita, insistente, de “desarme espiritual”. Nos dejan a la intemperie, sin seguridad, acomplejados, desilusionados.


Nos estamos dejando desarmar espiritualmente por nuestra debilidad y cobardía. Hemos caído en una afanosa búsqueda de la comodidad, rehuimos todo sacrificio y todo esfuerzo, nos vamos volviendo lánguidos, sin fuerza interior, incapaces de afrontar cualquier tentación, ni hacer frente a una situación difícil, incapaces de resistir la presión del ambiente, incapaces de oponer resistencia al mal, incapaces de hacer ninguna renuncia ni asumir apenas ningún compromiso. 


Vamos sorbiendo a un naturalismo seductor. Juzgamos bueno todo lo que es natural, creemos legítimo todo lo que nos gusta y apetece. Entonces lo natural se va imponiendo sobre todo valor sobrenatural. 


Dejamos la formación a un lado, o porque no hay tiempo, o porque no me interesa, o porque no me la puedo aplicar, o porque me puede “desnudar” de mis actitudes poco evangélicas. 


Estamos bebiendo el “vino del vértigo” en lecturas incontroladas, espectáculos tentadores y ambientes hostiles, sin el contrapeso de una vida nutrida en la Palabra de Dios y en las enseñanzas de la Madre Iglesia, sin acudir a la oración ni a la vida sacramental. 


Entre tanto, rezamos menos, acudimos menos a los sacramentos, participamos menos de la Eucaristía, nos sacrificamos menos, hacemos menos meditación o no la hacemos. 


Estamos como dormidos, como caídos en un profundo sopor. Estamos repitiendo la escena del Prendimiento: “Simón, ¿duermes?”  También, ahora Jesús nos haces esta pregunta a nosotros. La primera respuesta que le podremos dar seguramente es buscar excusas: este mundo no hay quien lo arregle (herejía), estoy cansado de luchar, no me veo capaz, se me hace grande, o veinte mil excusas. 


Hay otro texto del evangelio en el que se durmieron las vírgenes y no pudieron entrar en la boda. 


El peligro de la cobardía es que ponemos en peligro la vida espiritual. 


EG 83 “Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del demonio»”


La vida cristiana es mucho más:


GE 1 “El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada.”


No podemos escondernos. Ante la creciente secularización, gravísimos problemas que amargan la vida de las personas, la Iglesia se ve en situaciones muy delicadas, se ponen dificultades a la evangelización, multitudes incontables sufren tremendamente a causa de las injusticias, nuestra desunión dificulta el avance del Evangelio. 


Por eso acudimos a ti Madre de los acobardados para:


Que nos des ánimo para que sepamos ir con la cara descubierta.


Que nos des fuerza para dar la cara por Cristo y su Iglesia. 


Que nos hagas comprender que seguir a Jesús con fidelidad hace de nosotros unas personas desconcertantes y misteriosos para los que no lo siguen. 


Que no caigamos en la tentación de huir, abandonar, escondernos y no arriesgar nada.


Que ninguno sienta complejos ante una Iglesia aparentemente dividida viendo contradicciones donde sólo hay contrastes. 


Que no nos dejes caer en la tentación de Pedro, que tuvo vergüenza de decir que era de Jesús.


Que no nos configuremos al estilo del mundo que no acepta los criterios evangélicos.


Que nos ilumines para no dejarnos engañar por la mundanidad, vivir criterios no evangélicos bajo el ropaje de la piedad o vida cristiana. 


Que no caigamos en el complejo de ser bichos raros y querer huir en el anonimato. 


Que tampoco andemos bajo la apariencia mostrando los signos a la manera de los fariseos, que alargaban las filacterias y los flecos, utilizándolos como coartada para buscar privilegios y situaciones de honor o convertirlos en provocación.


Ruega por nosotros al Señor, para que nos de el Espíritu Santo, como le pedimos en la secuencia del día de Pentecostes: "Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado, cuando no envías aliento". 


Los complejos son algo anormal. Los complejos en la vida cristiana son perjudiciales.


Santa María, te pedimos por los que somos acomplejados, por los acomplejadores y por los que se aprovechan de los complejos ajenos para impedir la venida del Reino de Dios. 


Santa María, danos valor para ir a cara descubierta reflejando como espejos la gloria del Señor. Amén.