“No desprecian a un profeta más que en su tierra”
Las lecturas de la misa de hoy nos proponen como modelo de conducta el «profetismo» representado por el profeta Ezequiel en la primera lectura del Antiguo Testamento y de modo eminente y definitivo por Jesús, en el evangelio de Marcos. Al usar el proverbio de que «no desprecian a un profeta nada más que en su casa», Jesús se presenta claramente como profeta. ¿Qué es un profeta o una profetisa, puesto que en los pueblos del oriente próximo esta era una función que también ejercían las mujeres –no así la del sacerdocio–? Pues es una de las personas que realiza la mediación entre Dios y su pueblo. En los principios del profetismo bíblico, era el mediador entre Dios y el rey de Israel, por la sencilla razón de que este y su corte eran los dueños absolutos de su pueblo y los que marcaban el modo de ser y de actuar de la gente. El pueblo israelita, en realidad, no pintaba nada en las decisiones que le atañían, por lo que era lógico que el profeta se dirigiera a los poderosos para comunicarles el mensaje de Dios sobre su modo de actuar.
Los profetas y las profetisas no hablaban por su cuenta, sino que transmitían el mensaje de Dios, veían la realidad de lo que sucedía a su alrededor con «los ojos de Dios»
Siempre ha circulado entre nosotros el dicho de que «Dios lo ve todo», queriendo expresar con ello que es un vigilante perspicaz al que nada se le escapa de cuanto hacemos los humanos. Pero deberíamos sustituir este proverbio de espía omnipresente que le atribuimos a Dios por este otro: «Dios lo ve todo de otra manera: al modo de un Padre misericordioso». Ante el hombre de la parábola atacado por salteadores y herido, pasaron un sacerdote, un levita y no vieron nada, pero el «buen» samaritano percibió con los «ojos de Dios» que allí había un hombre necesitado, al que vendó sus heridas, lo llevó a la posada y cuidó de él. (Lc 10, 30–37). Así son los profetas y las profetisas. Sus ojos son capaces de ver una realidad distinta de la que perciben los otros mortales. Para ello necesitan una relación muy profunda con Dios, de la que reciben la inspiración para hacerse con los «ojos de Dios» y ver al modo divino las cosas que suceden en la vida diaria de las personas.
Los profetas son personas amenazadas porque abordan las cuestiones más fundamentales de la sociedad, de la política, de la economía, del culto y de la religión con los ojos críticos de Dios, y esta actitud les acarrea la animadversión de los poderosos y de mucha otra gente. Jesús, el intermediario por excelencia entre Dios y los seres humanos, no fue bien recibido en Nazaret ni por su familia ni por sus paisanos. No aparecen con claridad los motivos por los que su familia y sus vecinos rechazaron a Jesús. Es muy probable que fuera la predicación del reinado de Dios. La gente esperaba un Mesías que los librara de los romanos y no uno que dijera que Dios se identificaba con el huérfano, con la viuda, con el hambriento, con el extranjero, con el enfermo o con el que estaba en la cárcel (Mt 25, 36 y ss.). La posibilidad de entender lo que dice Jesús solo se da cuando uno está dispuesto a hacerse discípulo de Jesús y a seguirle, a tener fe, como dice el evangelio de hoy.
Las iglesias de Jesús de hoy necesitan profetas y profetisas, quizás más que ningún otro carisma.Hacerse con los «ojos de Dios» requiere una relación profunda con Dios y una valentía a veces heroica para enfrentarse y desenmascarar a los corruptos, a los explotadores, a los que oprimen al emigrante, al pobre y al desvalido. Quien tenga la valentía de ser profeta o profetisa recibirá la confianza, la generosidad y la aceptación de algunas personas, pero otras muchas lo rechazarán, lo perseguirán, lo despreciarán y lo culparán. Si las iglesias de hoy no sienten estas amenazas, sino que viven muy tranquilas en un mundo de grandes injusticias, es que los profetas y las profetisas han desaparecido de estas iglesias que se llaman de Jesús.
Primera lectura del Profeta Ezequiel 2, 2-5
En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie, y oí que me decía:
«Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Ellos y sus padres me han ofendido hasta el día de hoy. También los hijos tienen dura la cerviz y el corazón obstinado; a ellos te envío para que les digas: "Esto dice el Señor." Te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos».
Salmo 122, 1-2a. 2bcd. 3-4 R. Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores. R.
Como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia. R.
Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos. R.
Segunda lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12, 7-10
Hermanos:
Para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido:
«Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad».
Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo.
Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Evangelio según San Marcos 6, 1-6
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?».
Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Parte 3. Cómo obtenemos la vida en Cristo
PRIMERA SECCIÓN. Para qué estamos en la tierra, qué debemos hacer y cómo nos ayuda el Espíritu Santo de Dios
CAPÍTULO PRIMERO. La dignidad del hombre
366 ¿Por qué es importante que el Estado proteja el domingo?
El domingo es un verdadero servicio para el bienestar de la sociedad, porque es un signo de la resistencia a que el hombre sea totalmente acaparado por el mundo del trabajo. Por ello los cristianos, en los países de tradición cristiana, no sólo reclaman la protección estatal del domingo, sino que no exigen a otros que realicen el trabajo que ellos no quieren hacer en domingo. Todos deben tomar parte en el «respiro» de la Creación.
CAPÍTULO SEGUNDO. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
EL CUARTO MANDAMIENTO: Honrarás a tu padre y a tu madre.
367 ¿A quién se refiere el cuarto mandamiento y qué nos exige?
El cuarto mandamiento se refiere en primer lugar a los padres, pero también a las personas a quienes debemos nuestro bienestar, nuestra seguridad y nuestra fe. Lo que debemos en primer lugar a nuestros padres, es decir, amor, agradecimiento y respeto, tiene que regular también nuestra relación con las personas que nos dirigen y están a nuestro servicio. Hay muchas personas que representan para nosotros una autoridad natural y buena, otorgada por Dios: padres adoptivos o de acogida, parientes mayores y antepasados, educadores, maestros, empleadores, superiores. A ellos debemos honrarlos justamente en el cuarto mandamiento. Este mandamiento nos indica incluso, en un sentido más amplio, nuestras obligaciones ciudadanas frente al Estado.
368 ¿Qué lugar ocupa la familia en el plan creador de Dios?
Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Dios quiere que del amor de los padres, en la medida de lo posible, procedan los hijos. Los hijos, que están confiados a la protección y cuidado de sus padres, tienen la misma dignidad que sus padres. Dios mismo es comunidad en su interior. En el ámbito humano la familia es el prototipo de la comunidad. La familia es una escuela única de una vida plena de relaciones. Los niños no crecen en ningún otro lugar mejor que en una familia intacta, en la que se viven el afecto cordial, el respeto mutuo y la responsabilidad recíproca. Finalmente en la familia también crece la fe; la familia, como dice la Iglesia, es una Iglesia en pequeño, una «iglesia doméstica», cuya irradiación debe invitar a otros a la comunión de la fe, la esperanza y la caridad.