“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”
Último domingo del tiempo cuaresmal, el próximo es ya Domingo de Ramos, y las lecturas de la liturgia de hoy culminan el mensaje de las promesas de Dios para la humanidad, que se consumarán con la pasión, muerte y resurrección del Señor.
La Nueva Alianza de Dios que supera la Antigua Alianza con Israel para abrir la comprensión de que Dios se cuida de toda la humanidad -yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo-, se manifiesta en el perdón y la misericordia - todos me conocerán cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados- que nos trae la entrega por amor de Jesús en su pasión y muerte –se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna-. La promesa de la salvación y la plenitud de Dios llega a su culmen con la cruz de Jesús.
Una salvación abierta al mundo entero -algunos griegos le rogaban: quisiéramos ver a Jesús- que pasa por la entrega -si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo pero si muere, da mucho fruto-, por poner al otro por delante de uno mismo -el que se ama a sí mismo se pierde-, por anteponer la misión de amor a la propia vida, por la escucha al Padre en favor de los hombres -¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora-, aceptando la muerte y siendo glorificado el Hijo por el Padre con la fuerza del Espíritu -lo he glorificado y volveré a glorificarlo-.
La entrega de Jesús, el centro de nuestra fe que la Pascua nos trae en apenas una semana, cumple las promesas de Dios. En su entrega, en su amor, se muestra el rostro, el nombre y la gloria de Dios. Padre, glorifica tu nombre.
Primera lectura del libro de Jeremías 31, 31-34
«Ya llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—
Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo:
«Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo del Señor—, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.
Salmo 50, 3-4. 12-13. 14-15 R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
Segunda lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial.
Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.
Evangelio según san Juan 12, 20-33
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
«Señor, queremos ver a Jesús».
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo:
«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».
La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Parte 3. Cómo obtenemos la vida en Cristo
PRIMERA SECCIÓN. Para qué estamos en la tierra, qué debemos hacer y cómo nos ayuda el Espíritu Santo de Dios
319 ¿Somos responsables de los pecados de otras personas?
No, no somos responsables de los pecados de otras personas, a no ser que seamos culpables por haber inducido a alguien a pecar, por haber colaborado en su pecado, por haber animado a otros en su pecado o por haber omitido a tiempo una advertencia o una ayuda.
320 ¿Existen estructuras de pecado?
Existen estructuras de pecado sólo en sentido figurado. Un pecado siempre está vinculado a una persona que aprueba un mal consciente y voluntariamente. No obstante existen estructuras e instituciones sociales que están de tal forma en contradicción con los mandamientos de Dios que se puede hablar de «estructuras de pecado», pues en definitiva son la consecuencia de pecados personales.
CAPÍTULO SEGUNDO. La comunidad humana
321 ¿Puede un cristiano ser un puro individualista?
No, un cristiano no puede ser nunca un puro individualista, porque el hombre está destinado a la vida social por su propia naturaleza. Todo hombre tiene un padre y una madre; recibe ayuda de otros y está obligado a ayudar a otros y a desarrollar sus talentos a favor de todos. Puesto que el hombre es «imagen» de Dios, refleja en cierto modo a Dios, que no está solo en su profundidad, sino que es trino (y con ello amor, diálogo e intercambio). Por último es el amor, el mandamiento central de todos los cristianos, por el cual en el fondo pertenecemos a un mismo grupo y somos referencia unos de otros de un modo fundamental: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39).
322 ¿Qué es más importante: la sociedad o el individuo?
Ante Dios cada ser humano individual cuenta primero como persona, pero el individuo no se realiza como persona más que en sociedad. La sociedad no puede ser nunca más importante que la persona. Las personas no deben ser nunca medios para un fin social. Sin embargo, instituciones sociales como el Estado y la familia son necesarias para el individuo; corresponden incluso a su naturaleza.