Mc 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra.
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
-« ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía:
-«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Nuestra sociedad necesita de profetas.
Pocos saben hacerlo. Y nosotros por el bautismo tenemos por oficio participar del profetismo de Jesús.
Por lo general, pensamos que el profeta es el que adivina el futuro.
Nada más lejos de la realidad.
El profeta es aquel que es libre para no estar sujeto al pensamiento dominante. En nuestra sociedad “libre”, sin embargo, se margina, se ensaña, etc, con el que piensa distinto. Jesús es un alma libre, en el sentido de que iba por un camino distinto de la corriente del momento. Y era libre a pesar de hacer la voluntad de Dios.
El profeta es aquél que sabe respetar al otro. Por lo mismo que dije más arriba. Si es libre, sabe respetar al otro, al distinto. Incluso aceptarlo.
El profeta es aquel que sabe mirar más allá. No quedarse en el problema concreto, sino en las consecuencias que éste trae consigo. El que sabe mirar las nuevas oportunidades que se dan.
El profeta es un líder y no sólo un visionario. Sabe liderar su pueblo, conducirlo, llevarlo a lugares mejores.
El profeta es el que tiene clara una meta, un camino, aunque no sepa todos los pasos que tiene que dar.
El profeta es aquél que se deja llevar por el interior. Por sus intuiciones, sus “llamadas” y no tanto por la racionalidad. Sabe apostar por las locuras.
El profeta es aquél que no mira para sí mismo, quedar bien, tener fama, tener éxito, sino cumple una misión, es una persona entregada, apasionada por la vida y la humanidad. No le importa perder, para poder ser auténtico.
El profeta es aquél que sabe desestabilizarte de la zona de confort. El profeta es un interrogante en tu vida.
El profeta es un enviado de Dios.
Su vida no es de él.
Su misión no es de él.
Su éxito no es de él.
Su dicha o es de él.
Son tantas características, que le pido a Dios que me las vaya acrecentando, porque hoy son más necesarias que nunca. En este mundo en pandemia, necesitamos de profetas que nos ayuden y lideren en el cambio que Dios nos está pidiendo.
De la Verbum Domini nº 7. Conscientes del significado fundamental de la Palabra de Dios en relación con el Verbo eterno de Dios hecho carne, único salvador y mediador entre Dios y el hombre,[22] y en la escucha de esta Palabra, la revelación bíblica nos lleva a reconocer que ella es el fundamento de toda la realidad. […] “La creación nace del Logos y lleva la marca imborrable de la Razón creadora que ordena y guía” […]” la misma Sagrada Escritura nos invita a conocer al Creador observando la creación”