Ayer hablábamos de alegría, de plenitud, de santidad.
Hoy no quiero hablar de tristeza (pensando en nosotros), quiero hablar de esperanza (pensando en ellos). Hace falta mayor empatía con los finados.
Tradicionalmente recordamos a los seres queridos pensando sólo en mi: los que perdí, los que ya no tengo, las sillas vacías en las navidades, las veces que querría hablar tantas cosas con ellos.
¿Por qué nos martirizamos de esa manera?
¿Por qué seguimos rascando la herida?
¿Acaso nos gusta el dolor?
¿Por que no pensamos de otra manera?
Podríamos pensar dese el punto de vista de ellos. EL PURGATORIO NO ES LUGAR DE TRISTEZA, SINO DE ESPERANZA. No es un lugar donde las llamas les queman…(como vemos en tantos cuadros), ni tampoco es el infierno.
La Iglesia nos recuerda que esperan de lleno la inmortalidad.
Ellos están en paz.
Están en la antesala.
Ya vislumbran la luz.
Ya pueden oler los aromas del cielo.
Ya están próximos.
Es la esperanza en su máximo exponente.
Llenémonos de esperanza. Un día nos veremos de nuevo en la eternidad. Dios lo ha prometido. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Por tanto, el único requisito para no salvarme es no querer. Porque no nos salvamos nosotros, nos salva Él.
Repito, llenémonos de esperanza.