Mc 5,21-41: Contigo hablo, niña, levántate.
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando:
«Con solo tocarle el manto curaré».
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
«¿Quién me ha tocado el manto?».
Los discípulos le contestaban:
«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».
Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.
Él le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
La historia de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga impresiona por los gestos de Jesús. En medio de esta historia, el evangelista coloca a la señora con los flujos de sangre que llevaba también 12 años (la edad de la niña) padeciendo la enfermedad.
Sin meterme en los detalles y en la simbología que nos quiere ilustrar el evangelista, me fijo en la escena de la resurrección de la niña.
Me impresiona la expresión de Jesús: contigo hablo, niña, levántate. Se dirige personalmente a ella, la llama. Así es Dios, siempre se dirige a nosotros, nos mira a los ojos, al corazón, a la necesidad y busca levantarnos.
Haciendo referencia a la simbología de la muerte….podemos identificar como muerte la tristeza, el pecado, etc. Y vemos que Jesús no teme contaminarse ni por la mujer, ni por la muerte de la niña (según las normas judías).
Aunque pensemos que no tiene solución, que no podré salir de esa situación, Jesús viene a salvarnos, levantarnos. Recuerda aquella expresión que cita el Papa: lo importante no es no caer, sino no permanecer en la caída.
Te coge de la mano, déjate levantar, no te resistas más.