HOJA PARROQUIAL
“Venid vosotros, benditos de mi Padre”
La primera parte del adviento tiene una dimensión eminentemente escatológica. No está dedicada a preparar el misterio de Navidad, sino a celebrar un importante artículo del Credo, el que dice que el Señor de nuevo vendrá con gloria, al final de los tiempos, para juzgar a vivos y muertos. La primera parte del adviento no se refiere al pasado, sino al futuro; no celebra lo ya acontecido, sino lo que vendrá.
¿Qué interés tiene este artículo de la fe, que dice que el Señor vendrá para juzgar, o sea, para dejar claras todas las cosas, para poner orden en toda la realidad? Mucho. Según lo que esperamos y a quien esperamos, así vivimos. Quien espera, aún en medio de muchos dolores, la curación de una enfermedad, vive con mucha más alegría que quien, sin sufrir tanto, sabe que con su enfermedad tiene los días contados. Quien espera la pronta liberación, aún en medio de sufrimientos e incomodidades, vive con más alegría que quien sólo espera la muerte. Nosotros esperamos “vuelta” del Señor, o sea, esperamos encontrarnos con él al final de nuestra vida.
En este sentido es importante que hoy se proclame el prefacio tercero de la liturgia del adviento, ese que dice que “Cristo, Señor y Juez de la historia, aparecerá un día revestido de poder y de gloria sobre las nubes del cielo”. Y en ese día glorioso “nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva”.
Primera lectura del libro de Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7
Tú, Señor, eres nuestro padre,
tu nombre desde siempre es «nuestro Libertador».
¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos,
y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Vuélvete, por amor a tus siervos
y a las tribus de tu heredad.
¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!
En tu presencia se estremecerían las montañas.
«Descendiste, y las montañas se estremecieron».
Jamás se oyó ni se escuchó,
ni ojo vio un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por quien espera en él.
Sales al encuentro
de quien practica con alegría la justicia
y, andando en tus caminos, se acuerda de ti.
He aquí que tu estabas airado
y nosotros hemos pecado.
Pero en los caminos de antiguo
seremos salvados.
Todos éramos impuros,
nuestra justicia era un vestido manchado;
todos nos marchitábamos como hojas,
nuestras culpas nos arrebataban como el viento.
Nadie invocaba tu nombre,
nadie salía del letargo para adherirse a ti;
pues nos ocultabas tu rostro
y nos entregabas al poder de nuestra culpa.
Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero:
todos somos obra de tu mano.
Salmo 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.
Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hijo del hombre que tú has fortalecido. R/.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 3-9
Hermanos:
A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo.
Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».
CAPÍTULO TERCERO. Los sacramentos al servicio de la comunidad y de la misión
El Sacramento del Matrimonio
264 ¿Qué es lo que amenaza a los matrimonios?
Lo que amenaza realmente al matrimonio es el pecado; lo que lo renueva es el perdón; lo que lo fortalece es la oración y la confianza en la presencia de Dios. El conflicto entre hombres y mujeres, que precisamente en los matrimonios llega en ocasiones al odio recíproco, no es una señal de la incompatibilidad de los sexos; tampoco hay una disposición genética a la infidelidad o una limitación psíquica especial ante compromisos para toda la vida. Ciertamente muchos matrimonios están en peligro por la falta de una cultura del diálogo o la falta de respeto. A ello se añaden problemas económicos y sociales. El papel decisivo lo tiene la realidad del pecado: celos, despotismo, riñas, concupiscencia, infidelidad y otras fuerzas destructoras. Por ello el perdón y la reconciliación forman parte esencial de todo matrimonio, también a través de la confesión.
265 ¿Todas las personas están llamadas al matrimonio?”
No todo el mundo está llamado al matrimonio. A algunas personas Jesús les muestra un camino particular; les invita a vivir renunciando al matrimonio «por el reino de los cielos» (Mt 19,12). También las personas que viven solas por otros distintos motivos pueden tener una vida plena. No pocas veces Jesús llama a algunas personas también a una cercanía especial con él. Éste es el caso cuando experimentan en su interior el deseo de renunciar al matrimonio «por el reino de los cielos». Esta vocación no supone nunca un desprecio del matrimonio o de la sexualidad. El celibato voluntario sólo puede ser vivido en el amor y por amor, como un signo poderoso de que Dios es más importante que cualquier otra cosa. El célibe renuncia a la relación sexual, pero no al amor; sale anhelante al encuentro de Cristo, el esposo que viene (Mt 25,6). Muchas personas que viven solas por otros distintos motivos sufren por su soledad, la experimentan únicamente como carencia y desventaja. Pero una persona que no tiene que preocuparse de una pareja o de una familia, disfruta también de libertad e independencia y tiene tiempo de hacer cosas importantes y llenas de sentido para las que no tendría tiempo una persona casada. Quizás sea voluntad de Dios que se ocupe de personas por las que nadie más se preocupa.
266 ¿Cómo se celebra la boda por la Iglesia?
Una boda debe celebrarse ordinariamente de modo público. Los contrayentes son preguntados por su deseo de contraer matrimonio. El PRESBÍTERO o el DIÁCONO bendice los anillos. Los contrayentes intercambian los anillos y se prometen mutuamente «fidelidad en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe», diciéndose el uno al otro de modo solemne: «Yo prometo amarte, respetarte y honrarte todos los días de mi vida». El celebrante confirma el enlace y otorga la BENDICIÓN. De la forma siguiente la Iglesia pregunta, en el rito del matrimonio, primero al esposo y luego a la esposa, o a ambos. Celebrante: N. y N., ¿venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente? Esposo/ Esposa: Sí, venimos libremente. Celebrante: ¿Estáis decididos a amaros y respetaron mutuamente, siguiendo el modo de vida propio del Matrimonio, durante toda la vida? Esposo/Esposa: Sí, estamos decididos. Celebrante: ¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia? Esposo/Esposa: Sí, estamos dispuestos.